—¿Entonces ella está muerta?"
Sergei se llevó los dedos a los ojos sin disimular su cansancio.
— Por poco tiempo sí y afortunadamente en otro lugar, respondió con un suspiro.
—¿Y no le preguntaste cómo estaba del otro lado?" preguntó Vladimir, pateando las bolas que se esparcieron sobre la mesa de billar.
— No, no le hice la pregunta Vladimir porque ya me cuesta bastante imaginarme sin vida en medio de su sala.
Vladimir hizo un puchero de decepción.
— Lástima que tenía tantas ganas de saber qué me esperaba al otro lado.
— Diablos, ni más ni menos, amigo mío', suspiró Sergei, arrebatándole el taco de billar de las manos para jugar a su vez.
Él estaba en su oficina donde gobernó como un hombre de negocios. Este lugar era sobre todo su santuario, donde gen