4. Sarah

Sarah recibió la llamada de la secretaria de dirección aún antes de lo esperado, de hecho, ni siquiera le había dado tiempo a repartir los cafés entre todos los miembros de su departamento, cuando escuchó el sonido de llamada entrante en su pequeño escritorio. Se detuvo para responder, provocando con ello una oleada de quejas entre los que aún no tenían café, y se sentó cuando escuchó la voz de la secretaria del CEO.

- Hola Sarah.- dijo la dulce Cristina que siempre intentaba prestarle su ayuda cuando le era posible.- no sé porqué motivo quiere verte, pero el señor Lobingston ha solicitado tener una reunión privada contigo.

A pesar de que Sarah esperaba que aquel momento llegara, el alma se le cayó a los pies cuando escuchó las palabras de la pobre muchacha.

- Entiendo, subiré ahora mismo, en cuanto acabe de repartir los cafés.

- Si, por favor, aunque te advierto que hoy tiene muy mal carácter. No me ha dicho nada sobre el tema a tratar, ¿tienes idea del motivo por el que puede desear verte?

Sarah sabía perfectamente el motivo por el que ese hombre importante, que debía de tener cientos de reuniones, había decidido hablar con ella, pero no pensaba compartirlo con nadie, ya que bastante vergüenza sentía con solo recordar la horrible escena de la última noche.

- No, ni idea… aunque no creo que sea nada bueno, los jefes no suelen convocar reuniones para dar buenas noticias.

- ¡Claro que si!- dijo la siempre alegre Cristina.- es posible que sepa lo bien que te desempeñas en tu puesto, y que quiera ascenderte.

Sarah tenía claro que no era eso lo que iba a ocurrir en pocos minutos, pero prefirió no discutir con la muchacha, porque eso habría implicado ofrecer muchas explicaciones que no quería dar.

Colgó el teléfono, terminó de repartir los cafés, y en cuanto hubo acabado, y tomado nota de lo que cada miembro del equipo necesitaba que hiciera esa mañana, se fue corriendo al baño. Se encerró en uno de los cubículos, y presa de unas horribles arcadas, vomitó el contenido de su estómago en la taza.

Después de tirar de la cadena, se sentó sobre la tapa, y dejó que las lágrimas fluyeran por su rostro. Miró el reloj. Eran ya las diez y media de la mañana, no podía seguir evitando la reunión que tanto temía.

Sarah sabía que iba a ser despedida, pero no se podía permitir quedarse sin empleo, así que salió del baño, se lavó los dientes, se retocó el maquillaje y el cabello, y pensó en lo que iba a decir cuando subiera al despacho de la última planta. No le avergonzaba asumir que tenía necesidad de dinero, en especial ante su jefe, así que, si era necesario, le contaría el motivo por el que estaba tan desesperada como para trabajar en un lugar tan lúgubre como el bar en el que la había encontrado la última noche. Aunque Adam Lobingston tuviera fama de implacable CEO, ella sabía que todo el mundo escondía un poco de bondad en su interior, y si ese hombre era como el resto, le permitiría mantener el trabajo que tanto necesitaba.

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