El movimiento se hizo más pronunciado tras removerlo otro tanto, y Akari decidió sentarse sobre el colchón.
—Para ser un adulto trabajador y diligente, duermes como un plomo —murmuró en queja y volvió a zarandearlo como pudo.
El rubio comenzó apenas a abrir los ojos, y lo dejó. Un sonido gutural abandonó la garganta del menor, y luego se transformó en una queja, molesto por haber sacado de su perfecto universo de sueños.
—Buenos días… —musitó Minato muy bajo, y comenzó a estirarse de forma graciosa—. ¿Qué hora es? —Siguió estirándose, y se escucharon algunos huesos crujir.
—Seis y cinco de la mañana… ¿No tienes que prepararte para ir al trabajo?
—Sí… —Minato sopló desganado—. Se supone que debe ser así, pero… no quiero ir a trabajar, Akari-san.
—Igual tienes que hacerlo, Minato —habló a Akari, que entendía su padecimiento, y lo compadecía.
Minato siguió removiéndose y rezongando por un par de minutos más, mientras el mayor tan