Se me caían las lágrimas.
En ese momento me arrepentí de verdad de algo, me arrepentí de haber conocido a Chárter, y me arrepentí de todo lo que había pasado, y me arrepentí de haberme peleado con mi padre antes de morir.
Sólo porque Chárter y yo llevábamos muchos años enamorados, pero él se negaba a casarse conmigo.
Mi padre me convenció para que rompiera con él, y tuve una gran pelea con ellos.
Nunca me hicieron daño, me lo hice yo misma.
Miraba las espaldas de mi madre y mi padre encorvadas, abrazados mientras se iban.
Odiaba a Chárter, odiaba a César y me odiaba a mí misma.
Y Chárter cerró la puerta, frunció el ceño pensativo y me llamó.
La llamada quedó desconectada y fue al buzón de voz.
—Fabiola, ya basta, tus padres tienen que preocuparse por ti a esa edad, ¿acaso eres humana?
Colgó el teléfono, se dirigió a la comisaría y se topó de frente con Bosco.
Bosco dijo que la gente que vigilaba la casa de César indicaba que éste aún no había vuelto a casa.
Chárter negó con la cabeza: