El doloroso llanto de Lionel hizo que los demás también sintieran una punzada de dolor.
Todos eran, sin excepción, demonios que pudieron matar sin parpadear, y cada uno de ellos estaba listo para perder la cabeza en cualquier momento, en cualquier lugar.
Sin embargo, cuando llegó el momento de ellos de enfrentarse a la muerte, todos ellos perdieron el coraje de poner su vida en riesgo.
Martha le entregó el encendedor a Colin e inconscientemente dijo: “Señor Madron, ¿por qué no lo hace...?”.
Colin miró el encendedor, luego a Martha y maldijo como loco: “¿Crees que todavía puedo sostener un encendedor? ¡¿Me estás pidiendo que lo encienda con mi m*ldita boca?!”.
Solo entonces Martha se dio cuenta de que las manos y los pies de Colin ya estaban rotos por las balas.
En cambio, ella no pudo evitar mirar a Jose y decir: “Jose, ¿por qué no lo haces tú...?”.
Jose estaba asustado y confundido, y murmuró: “No me atrevo… No me atrevo… Pueden hacerlo ustedes…”.
Después de eso, inmed