Capítulo 37

El rostro de Romer era un cubo de hielo. Como una tabla clavada en la pared, escuchaba a Dina una vez más. Ella estaba presa, custodiada por la policía en esa tétrica habitación de hospital. Herida y malograda por la vida. Y por sus propios actos.

–No dejaste que terminara la historia. Aun así, me creíste mentirosa y me botaste del hotel.

Romer calibraba aquellas palabras, sintiendo un ahogo extraño. Sentía peso en los hombros y asco en la boca. Pero el peso por muy raro que pareciera, era liviano. Asemejado a un peso muerto, cuando ya nada importa.  

–Lo de Josué, lo dije para herir a Carlos. Él se merecía su parte, por haberme rechazado.

–Pero es verdad –dijo Aragón. Josué bajó la cabeza. Canela miró a su padre.

Dina sonrió.

–Tan verdad como el hecho de estar presa ante ustedes, aquí me tienen. Deben sentirse todos contentos. Pero no me iré al infierno sin contarles, que esa gente ya no haría nada. –Hizo una pausa–. Josué había pagado todo

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