Wilhelm toma la mano de Evelyn durante todo el viaje en carro hacia el aeropuerto. Su marido también se ha cambiado, lleva un pantalón de lona y una chaqueta cerrada, pero sigue siendo imponente. El chofer que Wilhelm ha contratado no dice ninguna palabra y la pareja también se mantiene silenciosa.
Evelyn comienza a sentir los nervios florecer, pero le duelen los pies por los tacones y se resigna a ver por la ventana. En un momento dado, pasan junto a la calle en la que, hace apenas poco más de una semana, Liana y ella pasaron cantando a todo pulmón en el auto, camino a la universidad.
Evelyn se siente ridícula, porque ni siquiera ha pisado el avión y su corazón ya extraña lo que está por dejar atrás.
Finalmente, llegan al aeropuerto Leeds Bradford sin inconvenientes. Wilhelm no suelta su mano y la conduce fuera del auto mientras despide al chofer, insiste en llevar su bolso de mano y ella no lucha. Hay movimiento en el edificio, pero un hombre de traje, con aspecto grande, se acerca