Prólogo

Unas semanas antes...

La noche es fría como imaginaba y densas nubes se acumulan en la oscuridad del vasto cielo, preparándose para mojar el suelo en cualquier momento. El lugar para la entrega de las armas, como siempre, está bien reservado y alejado de la ciudad. Una forma de mantener a la policía alejada de todo esto y así mantener nuestra integridad y la de nuestro cliente también. No tarda en aparecer un Land Rouver rojo en medio de la oscuridad. Doy una última calada al cigarro y lo descarto, luego me dispongo a salir del coche.

- Enciendo los faros -le ordeno a Dimitri, mi hombre de confianza. Suelto el cinturón de seguridad, ansioso por saludar a los rusos, que después de esta compra seguramente se convertirán en uno de nuestros mejores clientes, y me dispongo a salir del vehículo, cuando Dimitri me lleva una mano firme al antebrazo, haciéndome detenerme y encararlo de inmediato.

- ¿No crees que sería mejor esperar a que se vayan primero? No sé señor, pero tengo un mal presentimiento. - ¿Presentimiento? Pienso, irónicamente, ante ese comentario. No actuamos por sentimientos, sino por la experiencia de años de negocios en el mercado negro.

- ¡Tonterías! Ellos vinieron por las armas y nosotros por el dinero. Es muy sencillo. Llevamos semanas tratando con estos hombres, ¿qué podría salir mal? - Abre la boca para replicar justo cuando se abren las puertas del coche que tenemos delante y señalo en su dirección. - ¿Satisfecho? Ahora vamos -digo y salgo del coche. En cuanto mis hombres salen y llevan la pesada caja de madera a la vista de los compradores, busco a Vasyli. Sin embargo, me doy cuenta de que no está entre sus secuaces. Ignoro ese hecho y le hago un gesto a Dimitri para que vaya a hablar con el bruto del largo abrigo oscuro, al parecer es el encargado de este negocio, pero para mi sorpresa un disparo ahogado se extiende por las cuatro esquinas y Dimitri cae de rodillas ante mis ojos. Una conmoción de disparos comienza en el mismo instante. Sin embargo, aquí somos pocos y ellos muchos. Pienso en correr hacia la seguridad de mi coche blindado, sin embargo, me alcanzan antes de llegar a la puerta. Caigo lentamente al suelo y, ahogándome en mi propia sangre, miro fijamente el cielo que se oscurece. En pocos segundos siento que unas finas gotas de lluvia mojan mi cara y el sabor metálico llena mi paladar. Poco después se hace el silencio y me obligo a mirar a los lados. Están muertos, todos están muertos. Observo. Unos pasos comienzan a acercarse a donde estoy y un rostro familiar aparece frente a mí. Se agacha a mi lado y sonríe victorioso.

- Deberías haber hecho ese trato conmigo, Lord Léo, seguro que habrías evitado todo esto.

- Eres un bastardo, maldito hijo de puta. - gruño con rabia, pero con dificultad, pero él se ríe aún más fuerte.

- Ya está, Leo, sí que eres gilipollas. - Fuerzo una carcajada seguida de una secuencia de toses molestas.

- Mi hijo se vengará de mí, puedes esperar. - Vuelvo a toser y me sale sangre por la comisura de los labios.

- Tu hijo nunca sabrá quién lo mató y, créeme, va a comer de mi mano, viejo cabrón de m****a. - Chilla, levanta el cuerpo y me apunta a la cabeza con su pistola. En una fracción de segundos empieza a caer una fuerte lluvia que lo moja todo. Pienso en Helena, mi bella esposa, y sé que nunca podría soportar mi repentina y abrupta marcha. ¿Cómo he podido flaquear así? ¿Cuándo me volví presuntuoso e imprudente? Me obligo a coger el teléfono del bolsillo interior de la chaqueta. Sin embargo, en cuanto lo hago, el sonido del choque resuena amortiguado, sumiéndome en una eterna oscuridad en una fracción de segundo.

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