Bianca
Giovanni adoptó la típica sonrisa de superioridad.
—Puedes ponerte mi camisa. Estoy seguro de que no estás cómoda con ese vestidito que se te pega al cuerpo.
—No voy a ponerme tu camisa.
—Joder, Bianca. Si te quedas desnuda no podré mantener mis ganas de follarte —balbuceó ronco —. Ponte la m*****a camisa y tapa tu cuerpo antes de que me vuelva loco.
Abrí los ojos sorprendida.
Mis mejillas se enrojecieron cuando la sangre llegó hasta ellas. Nunca me sonrojaba. Y tampoco volvería a pasar. A partir de ese instante, ignoraría a Don.
—Date la vuelta.
—¿Qué? —preguntó incrédulo.
—Voltéate para que pueda quitarme el vestido y ponerme la camisa —expliqué ligeramente cabreada.
Él negó con la cabeza divertido. Entrecerrando sus ojos