Capítulo 0004
Magdalena estaba feliz, pero lo disimulo: —Por el bien de Ricardo, te perdonaré.

Magnolia preguntó mirando a Ricardo:

—¿Ya puedo irme?

Decidida, recogió el acuerdo de divorcio y se lo entregó a él.

Ricardo le echó un vistazo al documento con el ceño fruncido. Aún no creía que firmaría tan pronto. NI siquiera le consultó a la abuela, y él planeando convencerla a también, pero ya no era necesario.

En el fondo, el hombre se sentía incómodo. Vio la maleta en el suelo, ¿ella planeaba irse?

Ricardo levantó la mirada: —¿Encontraste un lugar donde quedarte?

—No.

Magnolias , después de responder reflexionó mirándolo: ¿Acaso estaba preocupado por ella?

—Trae hielo para Maggy. Se torció el pié gracias a ti, ¿y quieres irte como si nada?—le dijo sin mirarla.

Solo le importaba era Magdalena, aunque hace un instante le pareció que él estaba preocupado por ella, ya veía que no era así, solo tenía cariño por su de juventud.

Que ironías, la amante cómodamente en su cama matrimonial, mientras ella le buscaba hielo.

¡Magnolia ¿Qué tan bajo puedes caer?!

Al bajar las escaleras, piso mal y trastabilló. Lanzó la mano para sostenerse, pero solo agarró una maceta y se fue abajó. Repentinamente alguien agarró su mano, era Ricardo, ¡él la había salvado!

El hombre la atrajo hacia él con fuerza. Su cabeza golpeó contra su pecho, y su rostro estaba justo contra su corazón, donde oía sus fuertes latidos.

Magnolia, sobresaltada, retrocedió, pero el hombre la rodeó fuertemente por la cintura y bajó las escaleras con ella suspendida, presionado su rostro contra su pecho, sintiendo su aroma varonil.

Cuando llegaron abajo y la soltó, Magnolia estaba roja y su rostro ardiendo, es que ellos solo estuvieron intimidad aquella única vez hacen mes atrás.

—Cuando camines ve pendiente, así no caerás y ni quedes como ahora, atontada.

Magnolia apretó los labios, su estado de ánimo se calmó gradualmente. Vio la maceta rota en las escaleras, la tierra esparcida por todas partes: —Voy a limpiarlo ahora mismo.

—Deja que lo hagan los sirvientes. ¿No tienes algo más que hacer?

Ricardo frunció aún más el ceño. No contrató a tantos sirvientes para nada.

Magnolia recordó que tenía que llevarle hielo a Magdalena, se despreció por ello.

Al levantar la vista vio tierra en la camisa de Ricardo, seguro de la maceta, sabía de la manía del hombre por la limpieza, así que le iba a decir cuando lo vio escaleras arriba. ¿Tan preocupado estaba por Magdalena que ignoró ese sucio?

Magnolia exhaló con dificultad, subió con el hielo y entró en la habitación, pero no vio a Ricardo. ¿Dónde estaba?

Magdalena estaba apoyada en la cabecera de la cama, con los labios ligeramente curvados: —Deja el hielo y vete. ¿Acaso realmente quieres quedarte aquí y atenderme? ¿O quieres ver cómo Ricardo y yo nos amamos? No nos hemos visto en tres años.

Las palabras de Magdalena tenían un doble sentido.

Magnolia oyó la ducha, y entendió.

Ya se habían divorciado, ahora él se duchaba porque estaba ansioso por fallar con Magdalena. Enseguida palideció.
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