El Corazón del Mar
El Corazón del Mar
Por: Sathara
1.

¿Conoces la historia de «La sirenita»? Sí… esa que habla de una sirena joven y enamorada, que lo tenía todo. Tenía un padre complaciente, pero con mano firme que gobernaba con puño de hierro y sabiduría el fondo del océano. Era un rey piadoso y justo, pero tampoco era alguien que dejara al azar las cosas. Todos lo amaban y lo respetaban, lo único malo es que tenía una hija bastante testaruda y rebelde, por no decir estúpida y malcriada. La juventud la hacía creerse indestructible y, sobre todo, la hacía sentir que tenía la razón en todo lo que ella decidiera.

Si han oído la historia sabrán al punto al que voy. La sirena se enamoró de un príncipe: era guapo, joven, ojos radiantes y una belleza que atrapaba a cualquiera. Lo conoció en un barco a mitad de una tormenta. En ese entonces los humanos no conocían mucho sobre lo caprichoso que puede volverse el mar cuando lo desea y claro, aparte de eso, la joven sirena había faltado a sus deberes para cubrir su necesidad de ver el mundo terrenal. 

El rey estaba muy molesto por ello y no podía ocultar su enojo tan fácil, la prueba era que cada vez que perdía la cabeza, el mar se volvía una trampa mortal para cualquier valiente que decidiera surcarlo, era la forma más sutil que tenía de mandar un mensaje, así la pequeña niña estuviera escondida en el rincón más lejano y profundo del mar, los ciclones eran tan fuertes que escucharía perfectamente bien el llamado de su padre.

En ese momento el imbécil fue el príncipe, queriendo festejar su cumpleaños en una fiesta en su barco favorito con sus marineros. ¡Qué tonto fue! Pero supongo que no era su culpa, no contaba con recibir el escarmiento por algo que no había hecho y tal vez fue eso lo que motivó a la sirena a salvarlo, no solo el hecho de saber que era un hombre guapo y joven, después de todo, aunque viviera en el mar no significaba que en sus pequeños escapes hacia las costas no se hubiera percatado de algún que otro joven con tales características; tal vez fue el hecho de ver como el príncipe perdía su felicidad, a su tripulación y a su barco y todo porque la pequeña sirena no había llegado aún a casa y su padre estaba haciendo todo un alboroto.

La vida es a veces tan cruel, como si le divirtiera ponernos trampas en el camino, viendo en qué momento caeremos y perderemos la cabeza destruyendo todo a nuestro alrededor, haciendo que la fortuna que ya tenemos y no valoramos la perdamos de forma triste; supongo que le gusta alimentarse de nuestro arrepentimiento. 

Esa noche, durante la tormenta, la joven sirena firmó su sentencia, asistió al príncipe herido y lo llevó hasta la costa, luchando contra la marea y el viento que los asolaba. Aunque sabía que la zona más segura era debajo del agua, estaba consciente que el príncipe no lo soportaría y se ahogaría, así que continuó nadando con todas sus fuerzas. Por un momento parecía que no lo lograría, pero su corazón aguerrido la hizo luchar hasta el final, esforzarse por ese miserable humano que en ese momento parecía tan inocente y vulnerable ante la fuerza ciclónica de su enojado padre.

Ante todo pronóstico, ella logró llevarlo a la orilla de la playa a primeras horas de la madrugada, se acostó a su lado viéndolo fijamente, dándose cuenta que por lo menos, de la cintura para arriba, no era tan diferente como siempre se lo habían hecho saber, lo que no entendía en ese momento la joven e inexperta sirena era que su padre no se refería al físico. Él entendía la crueldad que estos seres podían cargar en su corazón, lo entendía porque había sufrido por la culpa de ellos de inimaginables maneras y aprendió por la mala sobre la crueldad de los humanos, de su egoísmo y avaricia; temía que sus hijos y su gente sufriera lo mismo, pero claro, a la edad de 16 años y viendo todo de lejos no alcanzas a comprender la gravedad de las cosas.

La sirena estaba hipnotizada por el príncipe, los motivos eran muchos, tal vez su belleza, tal vez el tenerlo tan cerca, más cerca de lo que había tenido a cualquier criatura con dos piernas en toda su vida; tal vez el compromiso que se adjudicó cuando le salvó la vida, la lástima de verlo casi perecer en el mar y volverse alimento de tiburones. Son muchos los motivos como ya mencioné, pero algo era seguro, en ese momento ella creía que tenía que permanecer al lado de ese hombre, lo había escogido para darle toda su atención y hasta cierto punto se sentía convencida de que estaba enamorada, enamorada de alguien a quien veía por primera vez, sabemos que eso no siempre funciona. 

El amor a primera vista siempre termina siendo una falacia, pero para una chica de 16 años puede significarlo todo. Le cantó toda la madrugada y lo abrazó cubriéndolo del frío aire marino importándole poco el destino que fuera a tener ella al regresar a su casa después de haber ignorado esa gran llamada de atención por parte de su padre. 

Pasaba las horas pensando en qué haría cuando el príncipe despertara. ¿Se quedaría y dejaría que descubriera quien era ella o mejor saldría de ahí huyendo, evitando ser vista, antes de que lograra identificarla como una sirena? El tiempo para pensar había terminado, el príncipe estaba recobrando la consciencia y el instinto de sobrevivencia persistió por encima del amor. Ella huyó y desapareció antes de que los ojos del hombre se abrieran por completo y pudiera descubrirla. 

Desde una roca lejana lo veía escondida, con la adrenalina corriendo por su cuerpo, admirada y emocionada, viendo como el hombre la buscaba por la playa, haciendo crecer en su corazón esa esperanza, esa falsa idea: «Él es diferente» y… a su muy especial modo, lo fue.

La sirena discutió con su padre, se aferró a su amor imposible que solo crecía dentro de su cabeza y renunció a todo, a su familia, a su pueblo, a sus amigos y huyó encontrando refugio y confort en los brazos de la desterrada bruja del mar, una criatura capaz de hacer sus sueños realidad, que parecía comprenderla y darle una mano con su plan de ser feliz. 

¿Cómo podrías desconfiar de una criatura que parece conocer hasta el detalle más íntimo de ti y no solo eso, que te ofrece apoyarte con tu berrinchito tonto y darte lo que necesitas para que consigas cumplir tus sueños, aunque dejes atrás a la familia que siempre te ha apoyado y cuidado, y así puedas escapar con ese hombre que solo viste una vez y fue suficiente para saber que querías estar el resto de tu vida a su lado? Suena lógico confiar en alguien así (nótese el sarcasmo). 

¡Ah! Pero claro… no hagamos a un lado lo importante, ella no iba a conceder los caprichos de la princesita sin nada a cambio, así no funcionan las cosas, ni en tierra y ni debajo del mar. Pidió tres cosas insignificantes (según ella), pero que el corazón de la sirena sabía que era mala idea, que era peligroso, pero el amor lo valió o así lo creyó en ese momento.

La primera condición es que perdería la voz, no podría hablar ni cantar, ni el más mínimo sonido saldría de su boca; la segunda era que obtendría sus piernas para poder andar en la tierra como cualquier humano, pero cada paso sería un tormento y sentiría que miles de púas se encajan en sus pies, eso ya era algo más serio, pero estaba tan aferrada la sirena que no se asustó ni un poco; la tercera condición y no menos importante era que si el príncipe no lograba enamorarse de ella, ella se volvería espuma en el mar, se desintegraría, moriría y su alma le pertenecería a la bruja como energía pura para sus siguientes hechizos. Siendo cada condición más complicada que la anterior la sirena no desistió, se creyó lo suficientemente capaz de conseguir el corazón del príncipe y sin medir el peligro, aceptó.

Todo salió mal desde un principio, desde que la tonta sirenita, ahora humana, tuvo que nadar hasta la superficie casi ahogándose en el intento, porque claro, no sería una humana real si le dejaban las branquias, así que con todas sus fuerzas nadó y nadó. ¿Cómo no se encontró a un tiburón o a cualquier depredador marino en el camino? Miren… supongo que fue suerte, pero lo logró, llegó a la playa y ¡bendita coincidencia! el príncipe, el hombre por el que estaba haciendo todo esto, la encontró, la rescató y la llevó a su castillo. 

Todo pintaba bien, pero al no poder hablar, él jamás la identificó como la mujer que lo había rescatado y buscaba con tanto recelo. Varios marineros le dijeron que se había tratado de una sirena, pero obvio, esos personajes eran mitológicos incluso en aquel entonces, algo descabellado con lo que los marineros justificaban algunos fenómenos extraordinarios. Era lo más fácil de hacer en esos entonces.

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