La casi boda…

Un rayo de sol se colaba entre las cortinas de la habitación donde yacían Brian y Charlotte.

Ella fue la primera en abrir los ojos, pero apenas ella se movió un poco, él también se despertó.

—Te amo, Lottie —fueron sus primeras palabras y ella le correspondió abrazándolo apretadamente.

Brian la besó con ternura, pero luego, beso tras beso los invadió de nuevo la pasión que los consumía…

Una hora después Brian estaba listo para salir, había quedado en ir a la casa parroquial para hablar con el ministro que iba a efectuar el casamiento. En la carta que había escrito para el ministro decía que ambos eran huérfanos de padre y madre, así que el ministro había aceptado casarlos sin ningún impedimento.

Sólo necesitaba avisar que habían llegado y fijar la hora del casamiento. No le tomó mucho tiempo la diligencia, el buen sacerdote estaba ocupado en algunos arreglos en la casa donde vivía, así que lo atendió sin perder mucho tiempo. Brian lo ayudó un poco con unos maderos que estaba colocando como vigas en el pequeño granero de la propiedad, por lo que el ministro quedó gratamente impresionado con él.

Cuando salió para el hotel iba bastante contento, las cosas estaban saliendo como habían planeado. Pensó que un paseo por el poblado y los alrededores los ayudaría a calmar los nervios naturales por el acto que estaban a punto de efectuar.

—¿Estás lista? —le preguntó apenas entró en la habitación.

Habían decidido no tener más contacto físico después de hacerlo en la mañana, porque a Charlotte le había dado un poco de remordimiento por lo que habían hecho. No era fácil librarse de años de creencia y principios inculcados por sus padres.

Así que decidieron pasar fuera de la habitación del hotel la mayor parte del día hasta que llegara la hora de la ceremonia.

Después de tomar un buen desayuno en un pequeño pero acogedor local estuvieron caminando por las calles y luego por los alrededores del poblado hasta que se hizo hora de almorzar. Y después de ello caminaron otro poco hasta que se dirigieron de nuevo a su habitación en el hotel.

Brian se cambió de ropa primero, se puso sus mejores galas aunque no era ropa nueva al menos estaba limpia y en buen estado. Luego abandonó la habitación para dejar que ella se cambiara de ropa.

Charlotte había escogido un hermoso, pero sencillo vestido blanco con una bufanda a juego y unos hermosos zapatos de color rosa claro. También tomó un pequeño bolso de mano que utilizaba para las fiestas. Cuando bajó por las escaleras del hotel hacia el lobby donde la esperaba su amado iba con los nervios a flor de piel, pero la felicidad la hacía sonreír con calidez.

Brian trataba de leer un diario local, pero su mirada se dirigía hacia las escaleras por donde Charlotte bajaría. El señor de la recepción sonreía comprensivamente, él recordaba sus propios nervios el día de su boda.

—Tranquilo, muchacho —le dijo— Ya no debe tardar en bajar.

Brian lo miró con agradecimiento y le sonrió.

—Gracias —le dijo, y estaba a punto de decir algo más cuando la vio.

No pudo evitar contener el aliento ante tan maravillosa visión para él. Allí estaba su amada, más hermosa que nunca, y con un brillo en los ojos que le llenaba de un bello sentimiento.

Se levantó emocionado y abrió los brazos para recibirla en ellos. Se dieron un tímido beso, porque todos los que estaban por allí, la mayoría empleados del hotel no le quitaban la vista de encima a ambos.

Los dos se tomaron de la mano y salieron con una enorme sonrisa pintada en sus labios. Pero cuando atravesaron las puertas de vidrio del hotel la sonrisa murió en sus labios.

Afuera estaban dos patrullas de la policía, con el comisario Brown a la cabeza y el padre de Charlotte a su lado. Los dos se habían quedado paralizados en la acera al frente del hotel.

—Comisario, detenga a este hombre que ha secuestrado a mi hija —se oyó la voz del viejo Rufus Reynolds.

El comisario, hombre malvado y cínico se acercó a los muchachos escoltado por un par de agentes, uno de ellos llevaba unas esposas en las manos.

—Es mejor que no te resistas, muchacho  —dijo el comisario.

La ira congestionó el rostro del muchacho, pero Charlotte, temiendo que le hicieran daño de verdad lo tomó por un brazo haciendo que Brian detuviera sus impulsos.

Así que se rindió mansamente ante los alguaciles, quienes lo esposaron y lo metieron en una patrulla. Sentado en la parte de atrás del vehículo policial, Brian miraba desolado como la hermosa chica que iba a ser su esposa era conducida por su padre, quien la tomaba con dureza de un brazo para llevarla a su coche aparcado más adelante.

Los dos alguaciles se subieron a la patrulla donde Brian estaba esposado, pero antes de que arrancaran el comisario se asomó por la ventanilla para mirar con atención al chico.

—Estás metido en tremendo lío, jovencito —le dijo con voz dura— Si la familia levanta cargos por secuestro pasarás una buena temporada en prisión.

Brian no dijo nada, pero lo miró con furia. Sabía que el comisario Brown no era precisamente un encanto de persona. Le gustaba mucho el dinero y siempre le hacía caravanas a las familias ricas quienes se complacían dándole “regalos” por sus servicios.

Todos en el pueblo sabían que la justicia no estaba precisamente del lado de los pobres, porque cualquier cosa que estos intentaran contra alguna de las familias “nobles” del pueblo, el intento era detenido de inmediato por el comisario, quien amenazaba a los lugareños con duras represalias si no cejaban en sus intentos de justicia.

Cuando llegaron a su pueblo era media tarde, los curiosos se asomaron al ver los dos autos patrulla que entraban en el lugar, y cuando descendió Brian Lancaster, esposado y con gesto hosco en el rostro, un murmullo general se oyó por toda la calle.

De inmediato Brian fue conducido dentro de la comisaría y encerrado en uno de los calabozos por Pete y Joe, quienes se turnaban para empujar y golpear al muchacho mientras lo llevaban a los calabozos.

Brian aguantaba sin quejarse, a pesar de que algunos golpes eran realmente fuertes, como el que Joe le propinó con una de las porras, abriéndole una profunda herida en la frente, lo que hizo que toda la pechera de la camisa quedara manchada de sangre.

Pero a él no lo iban a doblegar con golpes, solo pensaba en lo que le harían a Charlotte, su Lottie. Esa noche las lágrimas de frustración mojaron su rostro por largo tiempo.

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