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La hice sentar en el taburete frente al arcón y corté su comida para que la venda en sus ojos no fuera un obstáculo. Yo, en tanto, me senté a comer a sus pies, junto al fuego.

Mientras cenábamos, preguntó por la cacería que mencionara Mora. La guerra era lo último de lo que quería hablar con ella, y mis respuestas evasivas la disuadieron de insistir.

—¿Tea no precisará ayuda con los refugiados? —preguntó entonces—. Siempre la ayudé a atenderlos.

—Tu amiga sabe arreglarse sola —gruñí.

No importaba si era cierto. No le permitiría volver a la aldea hasta que pudiera hacerlo con nosotros, en verano.

Permaneció en silencio un momento antes de cambiar de tema, para preguntarme por el personal de servicio del castillo. ¿Qué había hablado con Mora?

—Son madres cuyos hijos ya s

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