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No tengo idea qué se habló durante la comida, porque mi cabeza estaba en otra parte. En el pabellón del bosque, para ser preciso. A pesar de todo, me sorprendió que Bardo regresara tan pronto. La tormenta había amainado un poco y sólo lloviznaba, así que me excusé para salir al balcón a escuchar su mensaje solo.

—¡Mael! —exclamó, y escuchar mi nombre en su voz me hizo estremecer de pies a cabeza—. Ven cuando quieras.

No era usual que los cuervos repitieran más de dos palabras, pero ya me sorprendería en otro momento. En ése me quedé mirando a Bardo, procesando que, contra toda lógica, Risa me permitía visitarla. El cuervo se sacudió el agua de las alas y me picoteó el brazo, como diciendo que lo dejara irse o entrar a secarse.

—Risa —le dije, tocándole el pico.

—¡Risa! —r

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