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–¿Puedo comprar eso? –señalo por afuera de la vitrina, un vestido violeta con botines y un chaleco jean.
–De acuerdo.
Mariana entro de prisa a la tienda, probándose la ropa que quería y agregándola a las diez bolsas que cargaba Marco en compañía de Esteban, embarcados en la travesía por el centro comercial de Plaza Galileo. El mayor, de un minuto a otro, pasó de ser un Tutor a un cajero automático, portador de tarjetas de crédito y cheques a disposición de la joven, quien era complacida en cualquier deseo sin apelación alguna. Después de todo, el dinero resultaba ser del señor Méndez.
–¡Oye Marquillo! ¿Y tú no compraras nada para ti? –lo observo.
–No. Esto es para que lo disfrute usted. – >>Y su padre sienta el dolor del gasto que le genere en esta salida<<
–De acuerdo –sonrió sin preocupación o molestia alguna.
Retomando las compras, Mariana tomaba cualquier cosa al antojo. Ropa, joyería, accesorios y demás, alejándose notablemente al maquillaje como si fuera su enemigo, d