EPÍLOGO.
Briana colocó los lonches de sus hijos y luego metió sus mochilas en la parte de atrás de su camioneta, para colocar la mano en su boca y llamar a los chicos.
—¡Chicos, se hace tarde…!
Maya, de seis años, dejó la mitad de su jugo en la mesa y luego toqueteó el hombro de su hermano.
—Déjalo por la mitad… si no, mamá enloquecerá…
Madox le dio otra mordida a su sándwich y se limpió la boca con el dorso de su mano, entre tanto fueron a abrazar a su nana que se limpiaba las manos en el delantal y les deseaba un feliz día con una sonrisa.
Ethan había estado ausente por dos días en que fue a firmar un negocio familiar, y se esperaba que llegara tu hoy por la tarde. Pero en el caso de Briana, ella nunca había dejado de trabajar como maestra de escuela de primaria, y ahora sus hijos, a pesar de su fortuna, estudiaban en el colegio que ella enseñaba.
Todo se hacía más fácil por las mañanas de esa forma, y podía llevar a sus hijos como siempre lo soñó.
—Cinturones… —Maya se lo puso a Madox y lue