LA INCERTIDUMBRE:

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Entre caricias y chocolates

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Santino estaba afuera de la habitación, caminaba de un lado a otro por el pasillo como un león enjaulado. Estaba muy preocupado por el Nono Enzo, quien había tenido un infarto. Los médicos le dijeron que se encontraba fuera de peligro, pero a él todavía el susto no le había pasado del todo. 

En ese instante el médico tratante Vicenzo Roselli salía de la habitación, Santino no perdió tiempo para abordarlo. 

—Disculpe doctor —se detuvo frente a él— ¿Cómo está el Nono Enzo? 

—El hombre es un roble, y ahora se encuentra estable. Sin embargo; lo tenemos en observación para cerciorarnos de que continúe de esa manera. 

—Es una muy buena noticia —Santino suspiró de alivio.

—¿Le gustaría verlo? —preguntó el galeno al ver su rostro. 

—Sí, por favor —contestó de manera inmediata, apenas esperó que el doctor Roselli le hiciera el gesto de pasar a la habitación.

Al observar al hombre mayor en la cama, un poco pálido y conectado a varios aparatos, hicieron que su corazón se entristeciera. Santino consideraba a Enzo Fontano como parte de la familia, para él era un abuelo. 

No podía negar que había aprendido mucho de él y de su abuelo. Ambos hombres mayores querían retirarse de los negocios, pero no sin antes completar su legado. Aunque eso había sido la tarea que le habían dejado, pero no quería hacerlo solo. Quería compartirlo con Gia, que hasta ese día había huido como la niña caprichosa que era. Aún no podía creer que habían pasado tres años, y ella continuara con su actitud inmadura.

La había llamado un par de veces, la primera fue para avisarle lo sucedido y la segunda para informarle que el Nono Enzo estaba fuera de peligro. Ninguna de las dos oportunidades ella se dignó a contestarle, eso era típico de ella. Parecía que no le importaba lo que él tuviera para decirle. 

—No me he muerto —dijo el Nono con tono burlón—, así que deja esa cara de susto y acércate, ¡por amor a Cristo!

—Pienso que no deberías jugar con tu salud, Nono —Santino le reprendió—. Porque de verdad nos diste un susto de muerte. 

—Pues no te preocupes porque hay Enzo Fontano por algunos años más —le aseguró y miró de reojo los aparatos a los cuales estaba conectado—. No dejaré el mundo de los vivos hasta que no tenga en mis brazos a mi bisnieto. 

—Nono…

—Ya no digas nada, es mi deseo pasar los últimos años que me quedan de vida jugando en la cocina con un hijo tuyo y de la terca de mi nieta. 

En el fondo, Santino también deseaba tener un hijo con Gia. Pero con el correr del tiempo había perdido la esperanza, ni siquiera la había vuelto a ver. 

—No deberías hacerte muchas ilusiones con eso, Nono —expresó él—. Ya yo he dado nuestro matrimonio por terminado —se encogió de hombros, luego hizo un gesto con la boca—. Son casi tres años desde que Gia marchó, me abandonó sin mirar atrás.

—¡Hombre de poca fe! —manifestó el hombre mayor—. Estoy seguro de que muy pronto las cosas entre ustedes se solucionaran, y todo lo pasado quedará como una lección aprendida. 

La última frase la decía por los tres, Enzo sabía que había cometido un error con Gia. Al presionarla para que cambiara un poco su estilo de vida, pero realmente él estaba temeroso de perderle. Que la vanidad y el egocentrismo rigiera su vida para siempre. 

—Gia ya no me quiere, y eso es algo que debo aceptar, me guste o no —Santino manifestó con pesar. 

—¡Pamplinas! —exclamó Enzo de una manera enérgica que asustó a Santino—. Ustedes tienen que estar juntos, y esa es mi palabra final. 

—Nono… no deberías alterarte de esa manera.

No sabía como explicarle, que la relación entre él y Gia se había terminado desde la noche de bodas, cuando decidió dejarle. Aunque al mes voló a América para buscarla y pedirle una vez más que reconsidera salvar su matrimonio, ella se negó rotundamente diciendo que no tenía tiempo para ellos, y le hizo saber que no tenía cabida en su nueva vida.

—No debiste haberte rendido tan rápido, muchacho  —Enzo hablaba como si no hubiera tenido un infarto en horas de la mañana.  

—Y tú deberías descansar más y hablar menos, ¿no te parece?

—¡Qué estoy perfectamente bien!

 

—Creo que su nieto tiene razón, señor Fontano —la voz del doctor Roselli se hizo presente—. Aunque está en muy buen estado…

—¡Gracias a Dios llegó! —exclamó de manera dramática Enzo— Dígale a Santino que estoy bien, doctor. 

—Es cierto, está usted fuera de peligro. Por eso debe descansar todo lo posible y no tentar a su suerte y complicar su salud. 

—Me marcharé para que lo haga —Santino aprovechó para intervenir, era lo más conveniente para que dejara el tema de su relación con Gia.

Se acercó al hombre mayor y puso su mano encima de él. 

—Te conozco, huyes de mí para no escuchar la verdad —le recriminó Enzo.

—No, alguien tiene que trabajar —replicó él con una risita.

Enzo pensaba contestarle, pero en ese instante el teléfono celular de Santino comenzó a sonar dentro de sus jeans.

—¿Ves? —él se encogió de hombros, para después sacar el aparato de uno de los bolsillos de sus jeans y expresar—: Alguien tiene que echar adelante el negocio. 

 

—Entiendo, es el momento de la huida —se quejó el Nono—. Dar media vuelta sin mirar atrás siempre es lo más fácil. 

Santino chasqueó los dientes, y le hizo un gesto a Enzo con el que le decía que no iba a decir más nada. En silencio salió de la habitación. Frunció el ceño al darse cuenta de que era Lulú, el ama de llaves de la casa de la familia Fontano.

—¿Santino? —la voz de la mujer era muy baja, como si estuviera oculta.

—Hola Lulú, todo está bien por aquí —le contestó—. Me extrañó, no verte por aquí temprano.

—Eh… es que no pude —contestó ella un poco nerviosa. 

—¿Y eso? ¿Puedes venir? —cuestionó Santino con curiosidad, mientras aceleraba el paso—. Tengo que ir al restaurante, y no quiero que el Nono se quede solo durante mucho tiempo. 

—Aunque yo no iré en este momento, él no estará solo. 

—¿Pasó algo? —creció un poco más la incertidumbre en él.

—No —contestó ella con una risita nerviosa—. Solo estoy un poco atareada con cosas de la casa, desde bien temprano en la mañana. 

—Pero Lulú, la casa no caerá porque faltes un día —se quejó Santino.

—Gia llegó esta mañana temprano —le soltó de golpe, antes de que él dijera algo más.

En ese momento Santino, los sentimientos de rabia y alivio se mezclaron. Quería ir a verla en ese mismo instante, pero el recuerdo de su abandono no se lo permitía. Respiró y apretó los puños, tratando de controlar su impulsividad.

—Es bueno que haya venido —su voz fue casi calmada.

—¿Eso es todo lo que dirás? —Lulú no pudo evitar preguntar con asombro.

—Sí, ¿qué más quieres? —él hizo una pausa—. De verdad es un alivio saber que está aquí, y que se ocupe del Nono que la necesita en estos momentos. Además, es su responsabilidad, ella es su único familiar.

—Santino…

—No, Lulú —le frenó—. Ahora mismo no quiero saber nada, tampoco voy a hacerme ilusiones.

—De acuerdo, será como tú dices. Solo quería avisarte que Gia en este momento se está alistando para ir el hospital a ver a su abuelo.

—Me parece bien.

—Ya sabes que puedes llamarme en cualquier momento, Santino.

—¿Lulú? 

—¿Sí, cariño? 

—Gracias por avisarme.

—No te preocupes, sé que lo que significa para ti que Gia este de regreso.

La llamada finalizó, pero el corazón de Santino seguía latiendo como si estuviera en un maratón. Una vez más respiró de manera profunda para calmarse, la noticia recibida fue un golpe bajo para él. Aunque sabía que el regreso de Gia era algo que lógicamente tenía que suceder, no estaba preparado.

Cuando estuvo dentro del auto, y encendió el motor por fracciones de segundo, pensó de nuevo en ir por ella. Pero la razón se interpuso, avisándole que eso sería un grave error.  Santino ya no quería sentirse mal por su rechazo. Así que se dirigió al restaurante que había unido a las dos familias.

Al poner un pie en el lugar, el olor a especias le alivió un poco. Él debía estar en su oficina poniendo en orden el papeleo pendiente, pero en ese momento necesitaba despejar su mente y cuerpo en algo más. 

Fue hasta la cocina, saludó al segundo chef y le hizo saber que estaría a cargo de la cocina ese día. Este quedó sorprendido, ya que hacía mucho tiempo Santino no tomaba las riendas de la cocina. Solo cuando llegaba de América, y eso en los dos años y medio que Lorenzo había trabajado con él solo ocurrió tres veces. 

Los comentarios de los trabajadores más viejos del lugar eran: que desde que Gia se fuera, Santino tomó las riendas del negocio de ambas familias, empezando por el restaurante principal. Renovando todo, incluso hasta el menú. El cual fue cambiado y llevado a las demás sucursales. Convirtiéndose en un completo éxito, y de esa manera expandiendo su cadena gastronómica a nivel nacional. 

—¿Todo bien? —cuestionó Lorenzo al verlo un poco extraño.

El segundo chef era su primo, sobrino de su madre. Quien había nacido en América, al igual que él, pero que sus raíces italianas estaban muy presentes. También eran muy unidos, tenían la misma edad. 

—Sí, lo estoy —respondió él secamente.

—Pues no lo parece —su primo frunció el ceño— ¿Cómo está el Nono Enzo?

—Sorprendentemente, bien y fuera de peligro —Santino se encogió de hombros—, según dicen los médicos. 

—Esa es una muy buena noticia, pero creo que tu estado de humor se debe a algo más.

—No quiero hablar en este momento, Lorenzo.

—¡Está bien! ¡Está bien! —él alzó las manos en redición y se alejó de su lado. 

Santino escuchó como su primo dijo en voz baja y en inglés:

—¡Cabrón insufrible! 

Esa frase hizo que él moviera la cabeza de un lado a otro, luego emitió un bajo gruñido en señal de molestia. Pero consigo mismo, pues las demás personas no tenían culpa de su mal humor. Ninguno sabía en ese instante que su esposa había llegado al país. 

Decidió entonces ponerse manos a la obra. Ese día en la primera sucursal se ofrecería un menú diferente a los comensales. Lo llamó día de tradición, puesto que iba a preparar comida típica italiana. 

Comenzó con la popular lasaña, el risotto, carpaccio, sopa de minestrone, pizza. Preparó también ensalada carprese. Era completamente extraño, porque de manera inconsciente  hizo todo para recibir a alguien que venía del extranjero.

«¡Maldita sea, Gia!»pensó cuando todo estuvo hecho.

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