EL REEMPLAZO DE LA HEREDERA ES UN HOMBRE
EL REEMPLAZO DE LA HEREDERA ES UN HOMBRE
Por: Yaz Salo
C1: El reemplazo.

—¡Saluden a la presidenta Carla y a su hija Lenya Parodi, la heredera de Hidden Beauty! —exclamó el anfitrión. Carla había organizado una gran fiesta de cumpleaños a su única hija, quien acababa de cumplir los veinte años.

Invitó a muchas personas de la alta sociedad, por lo tanto, el salón rebosaba de gente ambiciosa y superficial que solo estaban allí para su propio beneficio.

Lenya se sentía un poco incómoda ante ellos, pues sabía que los que la saludaban con tanta amabilidad eran los mismos que siempre murmuraban a sus espaldas. Era bastante criticada por el hecho de haber sido criada en casa, no era muy buena socializando y siempre lucía deprimida, como si nada pudiese llenar el inmenso vacío de su corazón. Además, ya tenía veinte años y ni siquiera iba a la universidad, a pesar de provenir de una familia adinerada.

"No necesitas ir a la universidad, Lenya. Eres la heredera de una empresa multimillonaria, ¿para qué perder el tiempo en cosas sin sentido? Trabajando como mi asistente aprenderás mucho más que sentándote en medio de una clase" le respondió Carla cuando su hija cumplió los dieciocho y le confesó que quería ir a la universidad.

Desde entonces, Lenya empezó a trabajar como la asistente de su madre, quien manejaba una empresa de cosméticos de nombre "Hidden Beauty".

—Lenya, sonríe —impuso Carla, al ver que la joven mantenía la expresión seria.

La chica soltó un suspiro de resignación y forzó una sonrisa, percibiéndose obligada a ser cortés. Tanta gente hipócrita la abrumaba, deseaba salir corriendo, irse a la casa y encerrarse en su habitación, pero sabía que su madre no se lo permitiría.

Las personas no solo hacían comentarios acerca de su modo de vivir, sino por lo extraña que era la muchacha. Ciertamente destacaba en cuanto a belleza, su cabello enrulado y del mismo color que el fuego le llegaba hasta la cintura, sus ojos cafés eran opacos, no era tan alta y su cuerpo era delgado.

Siempre usaba vestidos estampados que se ajustaban en la parte superior y se desbordaba a partir de sus caderas hasta sus rodillas como una campana, y nunca salía al exterior sin una gargantilla gruesa de tela oscura que envolvía su cuello.

En cuanto a su personalidad, era una joven melancólica y distraída, como si su mente no estuviera presente. En ocasiones, solía ser bastante irritable. Decían que se debía a la ausencia de un padre, pues éste falleció en un accidente de coche cuando Lenya tenía tres años y Carla nunca se volvió a casar.

Aunque no había forma de comprobarlo, todos sospechaban que Carla y su hija escondían algo, y era por eso que Lenya no se relacionaba con la gente.

¿Qué secreto tan importante ocultaba la heredera de Hidden Beauty?

[Cuatro años antes…]

—Doctor, mi hija ya está lista para la terapia hormonal —declaró Carla en la oficina del endocrinólogo que atendía a Lenya y ella estaba presente.

—¿Están seguras? —el doctor quería cerciorarse—. Tengan en cuenta que esto podría tener efectos secundarios indeseados en Lenya, como la disminución de la libido, la disminución del volumen testicular, la infertilidad e incluso depresión. Son efectos reversibles, pero…

—Si son reversibles, significa que no son peligrosos —estableció Carla.

—Mamá… —Lenya la miró con el semblante horrorizado, pues lo que acababa de mencionar el doctor había conseguido que el miedo se instalara en su pecho.

—Doctor —pronunció Carla, ignorando a su hija—. Le estoy pagando una suma exorbitante de dinero, estoy segura de que puede darle un tratamiento fiable. Así que… haga lo que tenga que hacer.

[Cinco años antes…]

—Estos medicamentos son bloqueadores puberales, los cuales detendrán la pubertad de Lenya —indicó el endocrinólogo a Carla—. Con esto, evitaremos el crecimiento del vello facial, también que su rostro tome una forma masculina y que su voz se torne muy gruesa. Es importante que empiece ahora mismo, antes de que su cuerpo comience a desarrollarse.

—De acuerdo —alegó la mujer.

—Por cierto, Lenya deberá tomar algunas vitaminas y realizarse análisis y chequeos regularmente.

—Sí, me encargaré de ello.

[Tres años antes…]

—¡Lenya! ¡Landon! ¡Tengan cuidado! —exclamó Carla, la madre de los gemelos de ocho años de edad que jugaban alegremente en el jardín de la casa de verano. Los observaba durante horas, sentada sobre el césped, cuidando que no se lastimaran.

Convertirse en madre no fue nada fácil para ella. Se había casado con el hijo de los dueños de una exitosa tienda de supermercado, de nombre Liam Parodi, de descendencia irlandesa.

Tras unos tres años de casados, la mujer anhelaba ser madre, sin embargo, la oportunidad no llegaba a ella. Había sufrido un aborto espontáneo, el cual la sometió a un estado de profunda tristeza que perduró por unos meses, pero aquello no fue motivo de rendición.

Finalmente, cuando logró quedar embarazada de nuevo, la vida le premió con gemelos. Carla amaba a sus hijos, pero sentía una adoración fascinante hacia Lenya, debido a que siempre había soñado con tener una niña.

Por desgracia, Carla quedó viuda cuando sus gemelos cumplieron los tres años y se convirtió en madre soltera.

Carla centraba la mayor parte de su atención en Lenya. La mimaba, la cuidaba y la sobreprotegía pues no deseaba que se enfermara ni que sufriera de algún accidente.

Landon nunca envidió a su hermana por esto. Más bien, era un niño muy activo que le encantaba jugar con los amigos que había hecho en el barrio en el que vivía. Podía pasar horas en la calle, experimentando nuevos juegos junto con los demás, mientras que Lenya permanecía en la casa ya que su madre no le permitía salir.

Landon iba a la escuela, pero Carla contrató una tutora privada para que le diera clases a Lenya sin tener que salir de la casa.

Cierta tarde, los tres se hallaban en la casa de verano, un lugar alejado de la ciudad. Los gemelos jugaban en el jardín y Carla los vigilaba, principalmente a Lenya. De pronto, escuchó el sonido del horno apagándose.

La mujer se puso de pie, se sacudió la ropa y se aproximó a su hijo –que era el mayor por haber nacido unos minutos antes– para encomendarle una tarea.

—Landon, encárgate de cuidar a tu hermana mientras mamá quita el pastel del horno para decorarlo. Enseguida regreso —impuso, para luego entrar a la casa.

En cuanto Lenya vio que Carla ya no los vigilaba, se acercó a su hermano con una sonrisa traviesa trazada en sus labios.

—¡Lanon, Lanon! —articuló. Cuando era más pequeña no podía pronunciar correctamente el nombre de Landon, así que se acostumbró a llamarlo de ese modo—. ¡Subamos al árbol! —propuso entusiasmada, pero su hermano se negó, moviendo la cabeza de un costado a otro.

—Si lo hacemos, mamá nos va a regañar —replicó.

—¡Por favor! ¡Hagámoslo ahora antes de que vuelva!

—Um, no —respondió sucinto y con los brazos cruzados.

Lenya frunció el ceño y realizó un puchero con su boca.

—¡Tú siempre subes y mamá no te dice nada! —refunfuñó—. ¿Porqué yo no puedo subir? ¡Ni siquiera puedo jugar con los otros niños como tú lo haces, tampoco voy a la escuela!

—Mamá dice que podrías enfermarte si sales de la casa…

—¡Quiero subirme al árbol! —insistió, con los ojos llorosos y pataleando con sus pies—. ¡Quiero subir, quiero subir!

—¡Lena! —era la forma en que Landon la llamaba—. ¡No vayas a llorar o mamá pensará que te hice algo malo!

—¡Si no subes conmigo, le diré que me pegaste! —amenazó, apuntándole con el dedo.

—¡Ains, bueno! ¡Subiremos! —accedió. Sabía que, si Lenya lo acusaba, aunque fuera injustamente, Carla le creería sin dudarlo.

—¡Sí! —Lenya dio uno brincos de victoria y se secó las lágrimas que habían humedecido el borde de sus ojos. Luego, se aproximó al árbol y procuró subir, pero no tenía fuerza en sus piernas—. ¡Ayúdame, Lanon!

Landon se colocó a su costado y juntó las manos para que Lenya pudiera alzar el pie sobre la palma. Después, la impulsó hacia arriba, a lo que la niña pudo alcanzar la rama más baja. Al subir sobre ella, tuvo acceso a las otras ramas, así que empezó a trepar.

—¡Espérame! —Landon subió por su cuenta y siguió a su hermana.

—¡Mírame, Lanon! ¡Estoy subiendo! —exclamó entre risas, emocionada por ser la primera vez en su vida que escalaba un árbol.

—¡Muy bien, Lena! —expresó el niño.

Fue trepando un poco más, hasta que sus brazos se cansaron y decidió reposar en una de las ramas.

—¡Lanon! ¡Ven aquí! —invitó, mientras que se sentaba y brincaba sobre la rama.

—¡Ya voy, ya voy! —dijo, escalando rápidamente.

De pronto, en lo que Lenya brincaba, la rama hizo un sonido alarmante. Como no era lo suficientemente gruesa, comenzó a quebrarse, lo cual hizo que la niña se paralizara.

—Lanon… —pronunció, con la voz temblorosa debido al miedo que se apoderó de ella—. La rama… se va a romper…

—¿Eh? —estaba a punto de llegar hasta su hermana, hasta que escuchó el ruido de la rama que se quebraba paulatinamente.

—¡Lanon! —vociferó, en lo que su mirada se cristalizó y en cuestión de segundos rompió en llanto—. ¡Lanon, me voy a caer!

—¡No te muevas, Lena! —indicó y entró en desesperación, ya que no sabía si subir para auxiliarla o bajar para que Lenya cayera sobre él.

Repentinamente, la rama se quebró aún más, balanceando el cuerpo de la niña de arriba a abajo.

—¡Aaaaaa! ¡Mami! ¡Mami, ayúdame! —gritó.

—¡Voy a bajar, Lena! ¡Voy a bajar para que caigas sobre mí! —señaló, tratando de bajar lo más rápido que podía.

Sin embargo, cuando apenas terminó de decirlo, la rama se rompió por completo y Lenya cayó, sufriendo un golpe en la nuca con las otras ramas que estaban por debajo. Desafortunadamente, la niña perdió la vida al instante.

—¿L-Lena? —articuló Landon, aún en el árbol, contemplando a su hermana tendida en el césped—. ¿E-Estás bien?

—¿Qué ocurre? ¿Qué son esos gritos? —cuestionó Carla, tras escuchar la voz de su hija desde la distancia.

Al llegar, vio el cuerpo de Lenya tumbado en el suelo, en una posición que le heló la sangre.

—Mamá… —pronunció Landon—. Lena… s-se cayó del árbol…

—¿Qué? —corrió hasta su hija con los párpados expandidos y respirando a través de la boca. Se colocó en cuclillas y cargó a la niña entre sus brazos.

Finalmente, Landon bajó del árbol y caminó hasta su madre, observando la manera en cómo la miraba con el semblante pálido y el temor plasmado en su rostro.

—Mamá… ¿Lena está bien? —preguntó.

En ese instante, Carla desató un horrible alarido que estremeció el corazón de Landon.

—¡Aaaaaa! —expulsó una voz desgarradora que le raspó la garganta—. ¡Lenya! ¡Lenya, mi niña! ¡No puede ser! ¡No puede seeeer!

Landon permaneció quieto en su sitio, confundido por la situación. Parecía no entender lo que estaba ocurriendo, pero, al mismo tiempo, presentía que su hermana probablemente no volvería a abrir los ojos.

—M-Mamá…

—¡Tú! —exclamó, con una cascada de lágrimas desplazándose por sus mejillas—. ¡Te dije que la cuidaras! ¡Te dije que cuidaras a tu hermana! ¡La dejaste morir! —acusó sin miramiento.

Las palabras de su madre hicieron que el recuerdo del momento en que ayudó a Lenya a subir al árbol se incrustaran en su mente y un gran sentimiento que al principio desconocía, pero se alojaría en su alma por varios años, se hiciera presente. Era el sentimiento de culpa, que empezó a consumirlo a partir de aquel minuto.

—L-Lo siento… —expresó, agachando la cabeza. Su labio inferior comenzó a temblar y se restregaba las manos debido a la incomodidad de las circunstancias.

Carla continuó sollozando con su hija entre sus brazos. No había nadie alrededor que la auxiliara, estaban solos en esa casa de verano, alejados de la ciudad. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Cómo fue que un día de paseo tan alegre terminó de esa manera?

La mujer lo sabía, sabía que no había esperanza para Lenya, por lo tanto, permaneció llorando en la misma posición durante horas, en lo que el cielo se oscureció por completo.

Landon observó a su madre en todo ese tiempo, tenía miedo de acercarse, hasta que se armó de valor para hacerlo. Caminó unos pasos hacia ella y le habló con temor.

—M-Mamá…

Al escucharlo, Carla volteó en dirección a su hijo, mirándolo con los párpados inflamados.

—Tú… ¡es tu culpa! —le gritó—. ¡Es tu culpa que Lenya esté muerta, tú la mataste! ¡Lenya jamás habría podido subir a ese árbol sola, estoy segura de que la animaste! —acusó sin titubear—. ¡Te odio! ¡Por tu culpa mi hija está muerta! ¡Tú eres quien debía morir, no ella! ¡Debiste morir en su lugar!

Landon se quedó estupefacto con el ataque de su madre y su cuerpo comenzó a temblar debido al susto.

En ese momento, la mirada del niño se cristalizó y rompió en llanto.

—¡Buaaaa! —el pequeño no solía llorar debido a que le avergonzaba, pero la tristeza lo había invadido totalmente y no pudo evitar hacerlo—. ¡Fue mi culpa! ¡Fue mi culpa que Lena se lastimara! ¡Yo la ayudé, la ayudé a subir! —confesó.

—¡Lo sabía! —vociferó Carla —. ¡Lárgate de mi vista, no quiero verte!

—¡Mamá, lo siento! —manifestó entre lágrimas, aproximándose a ella y abrazándola por la espalda—. ¡Perdóname, mamá! ¡Por favor, perdóname!

—¡Déjame en paz, Landon! Déjame llorarle a tu hermana, solo por unos minutos más… —dijo, siendo consciente de que no podían quedarse allí toda la noche con el cuerpo de la niña. Pretendía llamar a una ambulancia, sin embargo, cierta idea cruzó por su mente luego de que su hijo le dijera unas palabras.

—Mamá, por favor, no me odies… —suplicó, con la voz temblorosa—. Me portaré bien y nunca volveré a desobedecerte. Por favor, perdóname, mamá…

El llanto de Carla cesó y se mantuvo en silencio durante unos minutos.

—Landon… déjame verte —impuso.

El niño se secó los ojos y se colocó frente a su madre, quien lo escrutó detenidamente. Los gemelos eran muy parecidos, lo único que los diferenciaba era la ropa y la personalidad, pero eso tenía solución. Carla les había dejado crecer el pelo a ambos, y por esa razón, Landon tenía una melena que le llegaba hasta el hombro.

Al mirarlo, era como si tuviese a Lenya frente a él.

—Landon, lo que hiciste no tiene perdón. Descuidaste a tu hermana y por tu culpa nunca la volveremos a ver —declaró—. Sin embargo, si tú cumples con tu promesa de nunca volver a desobedecerme, yo… te perdonaré.

—Lo haré, mamá. Siempre te obedeceré… —replicó, moqueando y con la respiración entrecortada.

—Perfecto —articuló Carla con alivio. Acababa de encontrar una forma de no perder la cordura debido al dolor y no desaprovecharía tal oportunidad.

Una hora después, llamó a la ambulancia y a sus padres para decirles lo que había pasado. Al principio, fue extraño que Carla no haya pedido auxilio en cuanto ocurrió el accidente, pero ella alegó que permaneció en estado de shock por bastante tiempo y por esa razón no actuó rápidamente. Sus padres, por supuesto, le creyeron y la apoyaron.

En el hospital, certificaron la defunción y procedieron a llamar a la funeraria para empezar con el proceso final. No se llevó a cabo ninguna autopsia ya que no había sospechas de algún acto delictivo.

Los padres de Carla se ofrecieron para encargarse de todo, ya que querían liberar a su hija de aquel sufrimiento. Sin embargo, ella se negó. Dijo que se haría cargo de todo por sí misma.

Lo que no sabían, era que Carla sobornó a la funeraria para que jamás revelaran a quien habían puesto en el ataúd, pues aquella noche en la casa de campo, le puso a su hijo uno de los vestidos de Lenya y vistió a la niña con la ropa del niño.

«Esta noche, fue mi hijo Landon el que murió. Ahora… solo somos Lenya y yo».

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