Las vistas de Catar son muy hermosas desde el auto que nos está llevando al hotel, pero la verdad es que no consigo concentrarme en nada cuando la tengo a mi lado y lo único que puedo hacer es besar su cuello. Ella lleva una de sus manos a mi cabello y trata de detenerme.
—Aren, no estamos solos —me dice agitada y de inmediato cierro la división que hay entre la cabina del conductor y nosotros.
—Ahora si —le digo al oído y rozo su brazo con la punta de mis dedos.
—¿Por qué no esperamos a llegar al hotel? Estamos en un país bastante conservador y no quiero que termines en la cárcel —sugiere haciéndome sonreír.
—Tengo la sensación de que falta una eternidad —me quejo y sonríe sobre mi boca.
—Yo también, pero mejor comportémonos bien —insiste y de a poco voy separándome de ella para evitar que la tentación sea aún peor.
[…]
Creo que ambos estábamos locos por llegar al hotel, y mucho más para que la registración no tardara una eternidad. Parecemos dos locos que apenas entran a la suite de