CAPÍTULO 6

EMMA.

Milagrosamente, llegué al baño mientras mi cuerpo se recostó a la pared fría. Incluso tuve que sostener mis rodillas, porque el temblor era absurdo.

¿Quién era ese hombre? ¿Y por qué rayos me tocó la boca de esa manera? Ni siquiera podía controlar el temblor que me había causado su toque, porque ni en mil años una caricia, me había parecido tan jodidamente excitante.

No era una mojigata, tenía tres años de matrimonio, pero ¿por qué nunca había sentido esta intensidad?

Me giré en el espejo y luego me lavé las manos, para luego limpiar mi boca como si estuviese limpiando mi culpa. ¿En qué estaba pensando para sentir esto en mi situación?

Me iría de aquí de inmediato, de hecho, debí haberme ido desde que terminé mi discurso.

A la mañana siguiente miré el reloj, y me di cuenta de que John definitivamente quería evadir nuestra charla.

No iba a creer que en este tiempo se estaba quedando donde su madre, y de alguna forma su alejamiento estaba siendo necesario para mí.

Hice todo lo acostumbrado cada mañana, y llegué a la oficina antes de la hora.

No había secado mucho mi cabello y odiaba que no dedicara tiempo nunca para mí.

Aun con el pelo húmedo me hice una coleta alta cuando un hombre, desconocido, vino directamente a mi escritorio.

—Señorita, Emma Johnson… —no era una pregunta, así que levanté la cabeza—. Vaya a esta oficina, y muestre este pase… —el hombre me dejó una tarjeta en la mesa, y se fue tan rápidamente que no tuve oportunidad de preguntar.

El pase solo decía “autorizado”, “piso 50” pero no dejaba de parpadear varias veces cuando el teléfono a mi lado sonó.

—¿Sí? —dejé el formalismo para otro día, no había dormido mucho y sentía el cuerpo tenso.

—¿Cómo estás? —y escuchar su voz solo me irritó.

—No tengo tiempo ahora, John… tengo una reunión importante… —colgué el teléfono y me levanté mirando todo el tiempo la tarjeta.

¿Se debería esto a lo de ayer?, me refería a mis respuestas… entonces metiéndome en el ascensor, apreté la tarjeta contra mi pecho y cerré los ojos.

—Por favor… que suceda… necesito una oportunidad

Me bajé en el piso 49 que era el último de este ascensor, y mostré la tarjeta para ser pasada por otro.

Llegué literalmente a la cima del mundo cuando la iluminación pareció irreal, y una mujer perfecta en todos los sentidos, me ofreció una sonrisa.

—Señorita Emma…

¿Qué?

¿Por qué todo el mundo conocía mi nombre?

—Sí…

—Pase, el jefe estará con usted en cualquier momento.

Iba a sentarme en un enrome sofá para esperar, pero ella negó.

—No… no… acompáñeme a la oficina, ahora.

Había una sensación de calor, nervios, e impresión ante todo lo nuevo. Caminé con ella y cuando esa enorme y estrafalaria oficina fue abierta, mis fosas nasales fueron golpeadas por uno olor exquisito, que incluso hizo que la piel se me encogiera.

Mis labios vibraron ante la invasión, y tuve que frotarme los brazos ante la sensación.

Me estaba volviendo loca, pero juraba que conocía ese aroma.

Ella cerró la puerta y me giré para notar que me había quedado sola, pero en cuanto escuché los pasos tras de mí, me giré como si quisiera demorar una eternidad.

—Hola, Emma… —era la misma voz aterciopelada, ruda y exageradamente sexy.

Era el mismo rostro con el que tuve sueños ayer por noche, y el mismo dueño de ese dedo que aún seguía estampado en mi boca.

Tomé el aire.

¿Qué mierd@ era esto?

En dos pasos el hombre se acercó, vestido con una camiseta blanca y una chaqueta encima, un poco arremangada, llegó a unos metros de mí, y me asomó el asiento.

Y juro que fue hasta ese instante que detallé su brazo y manos, llenos de tatuajes, porque incluso con esa franela común, se notaba en su cuello.

Era evidente que los ocultaba con sus trajes formales.

—Usted… —fue lo único que pude decir…

—Noah Musk… sí…

Y claro, era el dueño.

—El jodido dueño… —no pude evitar mascullar en tono bajo mientras él se burló de mí para luego rodear el escritorio y marcar una distancia entre los dos.

Yo seguía de pie estancada al piso como la reverenda boba, pero ¿Qué podía hacer?

—Jodido, es mi palabra favorita… la uso para casi todo… incluso cuando se usa en verbos, es exquisita a mi oído —él masculló con una sonrisa, pero no una real—. Siéntese, ya le dije…

Apreté mis ojos, este hombre era una bomba, podía cambiar de un momento a otro

—No sabía quién era… yo… —él puso el pulgar cerca de su barbilla y no pude evitar sonrojarme—. ¿Quiere castigarme, no es así? —y la sonrisa de su rostro se borró, incluso se enderezó en el asiento para mirarme largamente como si estuviese enojado.

Abrió su boca, y luego la cerró apretando la mandíbula.

—Pasemos al último punto… —dijo en tono neutro—. Su respuesta de ayer… relativamente buena, la trajo aquí… tiene el trabajo ahora, debe mudarse de su sitio y ser mi asistente financiera a partir de ahora… ahora, necesito su firma…

Casi me atraganté.

Esto debía ser una broma.

—¿Qué?

—¿Quiere que me acerque más para que escuche? —literalmente me puse de pie.

—Señor… Usted… —mis labios temblaron. Tenía una impresión de conmoción y excitación a la vez—. Ese día yo estaba…

—No quiero saber… no importa, y no necesito que se disculpe… ¿Quiere el puesto o no?

—Sí… quiero decir, ¿quién no lo querría? —el tipo quitó la mirada hacia su laptop y negó.

—No tengo ese dato… acérquese a la mesa, y, tome asiento… —me acercó unos papeles, solo leí por encima. Se trataba de un contrato.

En este punto, y aunque sonara grotesco, solo podía sentir una sensación en mi centro, producto de esa voz.

Me quedé mirándolo directamente mientras él tecleaba, y fue en un segundo cuando su mirada se conectó con la mía.

—Necesito que me asista lo antes posible… —abrí mi boca—. Pero tendrá que hacer algo urgente por mí… y por la imagen de mi empresa…

Tenía algo atragantado en la garganta cuando pensé que iba a decir algo de mi aspecto.

—Este uniforme, nunca más vuelva a ponérselo… —y tomando el teléfono inalámbrico, habló—. Despide a los encargados de dotación de uniformes, son unos inútiles…

Me faltó el aire, y cuando dejó el móvil en la mesa negué.

—Señor… discúlpeme por contrariarlo, pero no era necesario… tal vez el problema sea yo…

Pareció un siglo cuando me recorrió de forma descarada y luego quitó la mirada para seguir tecleando.

—No, no lo es… ahora vaya… tómese el día, y la espero en la mañana. Hay mucho que hacer por aquí, le asignaré una oficina.

Me levanté rápidamente después de firmar, porque debía respirar y huir de aquí. Sentía atascado el aire, pero cuando llegue a la puerta, su pregunta me frenó de golpe.

—Emma… —solo giré medio cuerpo cuando asentí para escucharlo. Era demasiado personal para llamarme, se suponía que debía haber una etiqueta entre nosotros, pero él solo hacia lo que le daba la gana.

—¿Sí?

—¿Cree que las personas merecen segundas oportunidades? —y tuve que girarme para mirarlo a los ojos.

Todo mi mundo se centró en este momento, y no titubeé para decir:

—No… por supuesto que no…

—Perfecto… —cuando quitó su mirada de la mía, tuve que apretar mis manos, y sin incluso respirar, salí de esa oficina, como si mi vida estuviera corriendo peligro.

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