EMMA.
Horas antes…
Di dos pasos atrás cuando ella alzó su rostro. Tenía una sudadera con capucha, y además una gorra. Parecía querer ocultar su identidad, porque su vestimenta deportiva, parecía más bien la de un hombre.
Y por Dios santo, que se suponía que ella estaba en Canadá.
Tomé la puerta, había algo dentro de mí que me decía que debía hacer un escándalo, gritar o pedir ayuda, pero en un segundo ante mi intención de cerrar, Andrea puso el pie impidiéndolo, y detrás salieron tres hombres para cruzarse de brazos.
Y por supuesto, amedrentarme.
—Entra… —de su chaqueta sacó un arma que apuntó directo a mi pecho.
—¿Qué quieres?
Andrea me sonrió maliciosamente e hizo que dos de los hombres entraran y que cerraran la puerta. Solo hasta ese momento se quitó la capucha y me dijo:
—¿Estás de broma? ¿No lo has entendido?
No sé por qué en este preciso instante quise tocar mi vientre, como si eso fuese a proteger a mi bebé, pero apreté mi propia mano porque ahora sabía que por nada del mundo