Y entonces Robert regresó de su viaje, el fin de semana se había terminado. Entró y lo primero que vio fue a un Gregory nervioso que sostenía de la mano a Adele y ella sonreía de oreja a oreja. ¿De la mano?
- ¿Que sucede? - Preguntó apenas cruzó la puerta.
- Queremos decirte algo -
- ¿Que? -
Gregory levantó las manos entrelazadas y la confusión de dibujó en la cara del militar retirado.
- ¡Oh! ¡OH! -
- ¿Está de acuerdo? - Adele estaba nerviosa también, aunque feliz.
La hija de John y su hijo. Adele y Gregory, juntos. A Robert se le escaparon unas lágrimas y no sabía si era por el recuerdo del padre de la niña o por su propio hijo que al fin había salido de su oscuridad.
Pero Adele se le acercó, preocupada ¿No estaba de acuerdo? Claro, ella era muy joven. O la memoria de su madre, cómo decía Norma. El corazón le latió con fuerza e incertidumbre.
- ¡Hermosa Adele! - Le dijo Robert abrazándola.
- Papá… -
- ¡Hijo! ¡Claro, claro que estoy de acuerdo! Estoy feliz… -
Adele suspiró aliviada.