Cecilia, siempre pensaba que Bosco era un loco, puso los ojos en blanco mientras se marchaba.
La posesividad era algo propio de la inferioridad de los hombres: lo que le pertenecía solamente podía ser identificado como su único dueño.
Parecía que estaba celoso Bosco, pero Cecilia no lo creía.
Estaba a punto de irse, pero la detuvo con fuerza.
El hombre era demasiado fuerte, y Cecilia sintió el dolor de la muñeca.
Gritó por el dolor: —¡suéltame!
Entonces, Bosco volvió en sí, se aflojó un poco, pero seguía sujetándola.
Dijo inexpresiva: —ven conmigo.
—Estoy en el trabajo...
Pero Bosco no le dio el derecho a negarse, tirando de ella hacia fuera.
—¡Cuñado! ¿Mi hermana está casada contigo y no le das dinero? —las palabras interrogativas de Silvia procedían de detrás de ella, y si no supiera lo que estaba pasando, habría pensado que ellas se llevaban muy bien.
Bosco se detuvo y la miró.
En realidad, Silvia le tenía un poco de miedo, pero para que Cecilia se sintiera mal, dijo firme: —mi her