Al día siguiente.
Cecilia acababa de terminar un paso de reparación ultrapreciso y estaba a punto de levantarse para servirse un vaso de agua cuando sonó el teléfono móvil que descansaba sobre la mesa.
Inclinó la cabeza y lo miró: era un número desconocido, que mostraba Capital Imperial como lugar de atribución. —Hola.
—Cecí…
Cecilia oyó que era la voz de Sabrina y colgó enseguida, poniéndola en la lista negra en el proceso.
Dos minutos después, entró otra llamada, todavía era un número desconocido, y no tardó mucho en darse cuenta de que era ella otra vez.
¿Estaba loca?
Cecilia colgó, pero la llamada volvió a sonar, era simplemente molesta.
Lo cogió con fastidio: —Sabrina Spencer, ¿estás loca? Tienes que obligarme a insultarte por la mañana temprano, ¿verdad? Ya sé qué eres tú…
—¿Señorita Sánchez? —la otra parte la vio maldecir más y más, y se apresuró a interrumpirla—. Somos de la prisión Dunó, Pablo tuvo un ataque al corazón anoche en la celda, y falleció.
Era algo que solo había qu