Se detuvieron frente a la casa de la amiga de Michaela y David miró su reloj. Ya eran casi las tres de la mañana, pero, aunque no era una hora adecuada para llamar a la puerta de nadie, tenía que hablar con ella ya mismo.
Su teléfono volvió a timbrar y esta vez era Maurice. David tomó la llamada antes de golpear a la puerta.
—¿Tienes algo? –le preguntó por todo saludo.
—Tu hermana no abordó el avión.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque Peter tiene sus medios. Ven a casa, y hablamos acá.
—Estoy en casa de Gwen.
—¿Piensas llamar a su puerta a esta hora?
—¿Crees que me importa? Ella sabía todo, Michaela tuvo que haber escondido la maleta aquí y luego venir por ella.
—Está bien, está bien, pero eso puede esperar. Ven al apa