—Ya te dije que mi papá no siempre estaba presente—comenzó Adrián—. La empresa siempre fue la prioridad para él, más importante que mi madre y yo. Incluso con los regaños de mi abuelo, mi padre era adicto al trabajo y al éxito que venía con ello: el dinero, el estilo de vida y las conexiones que hacía.

—A medida que crecía, la ausencia de mi padre se volvió una norma —reflexionó Adrián—. Me acostumbré a ello, casi como si fuera parte de nuestra dinámica familiar. Por supuesto, ocasionalmente sentía rencor por eso, pero en general, dejó un vacío en mi corazón que no podía llenar.

— Lo ofendía a propósito, diciendo cosas como: por supuesto que no vas a venir. ¿Por qué siquiera pregunté? Claro, estás casado con tu trabajo —Adrián simuló las palabras que solía decirle a Antonio.

—Todo cambió cuando mamá se enfermó —describió, su voz tembló con el peso del recuerdo—. Estaba en la preparatoria, dirigiendo un campamento deportivo en Dovel. Era el capitán del equipo de baloncesto y mamá asisti