Abro los ojos lentamente.
La luz del sol me molesta mucho. Me siento muy mareada. Tengo las manos atadas y estoy recostada sobre un mueble. Cuando mi vista se aclara, me doy cuenta de que hay un señor sentado frente a mí.
Me asusto y trato de quitarme las cuerdas.
—Tranquila, no te haré daño. —dice mientras pone el tabaco que fumaba en el cenicero.
— ¿Quién eres y qué quieres? —pregunto. Estoy muy nerviosa. Quiero irme de aquí.
—Soy Richard. —se presenta—Te lo mostraré. — uno de sus guardias me corta las cuerdas de las manos y me escolta mientras lo seguimos. Debería aprovechar para salir corriendo, pero el lugar está lleno de hombres armados, sobre todo el que