Capítulo 6: El camino y la llegada a París

Sophie siente como la emoción y los nervios la embargan mientras observa la manera en la que los paisajes familiares de su ciudad se desvanecen por la ventanilla del vehículo. El conductor, un hombre amable y sonriente, la saluda cordialmente antes de emprender el camino hacia su destino. Sophie no lo conoce, es del otro pueblo y solo sabe que él y otro señor son los conductores destinados para los turistas, haciendo una pequeña fortuna.

El carro (Sophie no puede llamarlo taxi) se desliza por fuera del pueblo y pronto Sophie distingue su casa y la de sus vecinos, solo por un breve momento, mientras el auto sigue en movimiento. El sol de la mañana baña todo el paisaje en una luz suave y cálida, creando un ambiente al que Sophie realmente ha llegado a acostumbrarse y sabe que, por más que este en una ciudad grande, no va a poder evitar extrañarlo.

El conductor, tal vez percibiendo la ansiedad de Sophie, inicia una conversación amigable para calmarla. Le pregunta sobre su día y Sophie responde con una sonrisa forzada, tratando de controlar sus emociones.

—¿A dónde vamos?

—Estación Saint-Étienne, s'il vous plait.

—¿Viaje emocionante?

—Espero que lo sea.

—¿Eres la chef del pueblo?

Oui, tengo un pequeño negocio.

—Oh —el hombre se ríe—. ¿Es “La Belle Étoile”?

Oui —Sophie puede oír el orgullo colándose en su afirmación y no tiene razón para evitarlo.

—¡Ah! Entonces no es un negocio pequeño, es una estrella en ascenso.

Ese pequeño impulso borra definitivamente los nervios del sistema de Sophie.

Pasan por largas extensiones de viñedos y otras frutas dulces durante gran parte de la mañana. Atraviesan los tres condados que separan Saint-Étienne con un ritmo lento, sin preocuparse mucho por el tiempo. El viaje a París no es tan largo.

Finalmente, el carro llega a la estación de tren de Saint-Étienne. El edificio, con su arquitectura clásica y elegante, se yergue majestuosamente frente a ella. En realidad, no es la “Estación de Saint-Étienne” como tal, porque Saint-Étienne está muy lejos de ella, pero las otras aglomeraciones de casas que lo rodean apenas tiene nombre entre los pueblerinos y hace mucho tiempo se decidió que Saint-Étienne, por ser el lugar más grande, tendría el privilegio de nombrar la estación.

Sophie paga al conductor y agradece su amabilidad antes de salir del vehículo con su maleta que, aunque pequeña, pesa un poco más de lo que debería.

Al entrar en la estación, Sophie se siente abrumada por la cantidad de personas que se apresuran a tomar sus trenes. Se desconcierta del montón de gente esperando en el andén hasta que se da cuenta que la mayoría de ellos son turistas que, posiblemente, están ansiosos por seguir su viaje a lo largo de Francia luego de haberse perdido por algún tiempo en un pueblo mágico como el de Sophie.

El ruido del bullicio y el traqueteo de las maletas llenan el aire, pero ella se mantiene apartada mientras se dirige a la ventanilla de compra.

¡Bonjour! Creo que hay un boleto apartado para mí— le dice al muchacho al otro lado del vidrio.

El chico frunce el ceño y se pone a teclear en su computadora.

—¿Podría darme su nombre?

—Sophie Rousseau.

Hay una pausa y luego el muchacho hace un gesto afirmativo con la cabeza hacia algo en la pantalla.

—Aquí esta— se inclina a rebuscar en un cajón y luego le entrega un pedazo de papel alargado a Sophie—. Este es su boleto, todo pagado en un compartimiento privado.

Merci.

No le sorprende la rapidez con la que la productora se ha movido para ella y simplemente acepta lo que el chico le tiende.

Sophie busca en el panel de salidas el horario de su tren hacia París. Con alivio, nota que aún tiene tiempo antes de su partida. Se toma unos minutos para respirar profundamente y concentrarse en dejar atrás la ansiedad. Antes de dirigirse a la plataforma correspondiente, compra un Crêpe Parisienne dulce para soportar el camino, porque no ha desayunado nada.

Una vez en el andén, Sophie observa el tren que la llevará a la ciudad para cumplir sus sueños. El imponente tren de alta velocidad espera pacientemente, como un gigante de acero listo para partir. Se siente maravillada por la idea de todo lo que le espera en su lugar de destino y cuando el silbato suena, Sophie sube en busca de su asiento, acomodando su maleta en el compartimento superior con ayuda de un ayudante.

A medida que el tren se pone en movimiento, Sophie se acomoda en su asiento y se deja llevar por el suave balanceo. A través de la ventana, los paisajes cambian rápidamente mientras el tren atraviesa campos verdes, ríos serenos y pequeños lugares pintorescos. El tiempo pasa volando mientras Sophie disfruta del viaje y se prepara mentalmente para lo que le espera en París. Su mente se llena de recuerdos y sueños, mientras imagina cómo será la competencia y las emocionantes oportunidades que le esperan en la ciudad de la gastronomía.

Cae dormida repasando un recetario formal que le puede servir en caso de un reto inesperado y, cuando el tren llega a la estación principal de París, el movimiento dentro de los compartimentos a su alrededor la levanta suavemente.

Sophie baja del tren con emoción contenida. La estación es un remanso de actividad, con grupos de personas que van y vienen en todas las direcciones. Grandes carteles indican las diversas salidas y destinos. Sophie sigue las señales hacia la salida y se adentra en el corazón de la estación. La majestuosa arquitectura del lugar, con sus altos techos abovedados y exquisitos detalles, la deja sin aliento. La estación es un crisol de culturas y lenguas, y Sophie se siente abrumada pero a la vez emocionada por la diversidad que la rodea.

En medio de la multitud, Sophie busca la salida hacia el exterior. El ruido de las voces, el eco de los anuncios por los altavoces y el olor a café y croissants se mezclan en el aire, creando una atmósfera vibrante y cosmopolita a la que Sophie alguna vez había estado acostumbrada pero que ahora la marea.

Por fin, Sophie logra salir a la luz del día y es la Torre Eiffel a lo lejos lo primero que ve, como una bienvenida majestuosa a la Ciudad de la Luz. La emoción en su pecho crece aún más. Ella ha vivido en París, pero luego de tanto tiempo en su pequeño pueblo, la emoción la embarga como una oleada de excitación.

Ya está ahí, ahora solo tiene que escalar hasta la cima.

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