El día avanzó muy rápido para todos. Más para los generales quienes sentían la presión y responsabilidad por salvar a los nueve clanes.
La luna brillaba como pocas noches en el año, su brillo y esplendor cobijaban a todos en aquella ciudad que aguardaba en calma el inicio de la tempestad.
Los lobos ya comenzaban a acostarse, los que se quedarían de guardia estaban recostados en las afueras de la ciudad. Sus cuerpos se habían adaptado a dormir en el pasto, otros más podían controlar ligeramente su trasformación y se acostaban como buenos cazadores al asecho. Todo para garantizar la seguridad de los que ahí habitaban.
De pronto, un ruido les comenzó a llamar la atención, sonaba como fuertes tambores o como si un gran ejército marchara hacía ahí. Los guardias se miraron unos a otros intentado adivinar qué era lo que pasaba o si había algún peligro.
Aguardaron hasta que el ruido tuviera una mejor claridad para así tomar una decisión. Pero por más que esperaron las dudas sobre el sonido au