CAPÍTULO XIV. CAPRICHOS DE UN VERDUGO.

-Toma, sostén esto sobre tu herida un momento para detener la sangre.- dice Gabriel entregándome un pañuelo que ha sacado de su bolsillo.

-Gracias.- presiono el pañuelo en mi cabeza y el dolor es menos punzante cada vez.

Soy afortunada la verdad, siempre he tenido muy buena cicatrización. Recuerdo cuando era niña los raspones que me hacía en las rodillas por correr, curaban de un día para otro sin dejar cicatriz. También recuerdo que mis padres se asustaron por eso pero el médico los tranquilizó diciendo que tenía un excelente sistema inmunológico y que era bendecida. Desde ese entonces cada pequeña lesión en mí sana a un ritmo más acelerado que el resto de las personas.

-Tenemos que cruzar el laberinto. Vamos.- toma mi mano para guiarme pero yo no me muevo de mi sitio.

-Espera, ese no fue el trato.- voltea a verme y sus ojos azules parec

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