De heredera a mucama
De heredera a mucama
Por: Rosana Morrillo
Cap. 1: Consentida

—¡¿Pero qué es esto?! —resuena un agudo grito por toda la mansión Rivera, algo que no resulta ser extraño, pero al igual que cada vez logra el efecto de alarmar a todos.

—Señorita Elizabeth, ¿Qué sucede? ¿Por qué grita de esa manera? —interroga la ama de llaves con nerviosismo, no hallando una razón para justificar ese nuevo berrinche.

—¡¿Cómo que qué sucede?! ¡¿Qué es esto que me has dado para comer?! ¿Acaso estás intentando envenenarme? —cuestiona la niña de dos trenzas negras como el ébano y penetrantes ojos grises.

—Es una sopa de pollo, señorita. Es muy rica y nutritiva, siempre se lo hago a mi hijo —responde la mujer mordiéndose la lengua con rabia al ver que le desprecia su comida sin siquiera haberla probado.

—¡No me interesa que le cocinas a tu hijo, o si a los pobres les gusta esta cosa! ¡Quiero comida de verdad! —protesta Elizabeth con vivo desprecio en la mirada y en la voz.

—¿Qué está sucediendo? ¿Qué son esos gritos? —pregunta con voz calma un hombre de cabello gris y elegante traje negro entrando en el amplio comedor.

—¡Oh, papá, mira lo que están tratando de darme de comer! —señala la niña con su mejor rostro de sufrida que suele reservar cuando quiere conseguir algo de su progenitor.

—¿Un caldo de pollo? ¿Y qué tiene de malo? —interroga el señor Rivera con mirada cansada, no pudiendo creer que haya interrumpido su videoconferencia con los investigadores por un plato de caldo.

—¡Una especie de agua sucia con verduras y pollo desarmado! ¡Este no es el tipo de comida que le sirven a mis amigas, si una de ella estuviera aquí y nos hubiesen servido esto sería el hazmerreir de todo el colegio! —plantea Elizabeth quebrando la voz para mostrar cuan desconsolada se siente ante esa sola posibilidad.

—¿Podrías prepararle otra cosa, Ana? Por favor…—solicita el hombre con una sonrisa amable, ya que si bien le parece una gran exageración por parte de su hija, desde la muerte de su esposa ha tratado de compensar esa pérdida dándole todo lo que su pequeño y caprichoso corazón quiere.

—Sí, señor. Como usted desee… —responde la mujer esbozando con mucho esfuerzo una sonrisa servicial.

—Y hazme el favor de guardarme esa sopa para mí, saldré muy hambriento de mi estudio cuando termine con la videoconferencia —señala el señor Rivera que no quiere que su empleada se sienta mal.

—Por supuesto, señor —indica Ana con una sonrisa un poco más sincera esta vez.

—¡Y asegúrate de hacer una comida digna de esta mansión, el hecho de que vivas aquí no quiere decir que debas cocinar como si siguieras viviendo en esas villas de allá afuera! —espeta la niña con malicia al ver que su padre ya no se encuentra cerca para oírla, aunque lo cierto es que aunque la oyera solo le daría un aburrido sermón sobre el respeto.

La mucama aprieta los puños a los lados de su cuerpo al sentir el fuerte impulso de darle a esa niña el escarmiento que se merece, pero luego de respirar profundo toma el plato de comida que no ha sido tocado y vuelve a la cocina. Sabe bien que no puede arriesgarse a perder ese empleo por esa niña malcriada, lleva más de doce años trabajando allí, y no piensa echar eso a la borda por esa engreída chiquilla.

La economía está cada vez peor, y para una mujer de su edad no le sería nada fácil conseguir empleo. Si solo fuese ella no tendría que preocuparse demasiado, pero tiene un hijo que criar, al que darle la oportunidad de poder ser alguien el día de mañana. Y si bien probablemente al hijo de una mucama y un chofer no le podrían llegar a ver un gran futuro, ella espera que él pueda superarlos con creces, que logre ser alguien, y que no tenga que dedicarse a servir a otros para poder sobrevivir.

—¿Por qué fue el berrinche ahora? —pregunta un niño de cabello castaño haciendo la tarea encima de la mesada de mármol negro.

—Según parece ha sido un pecado capital considerar que mi caldo de pollo era un plato digno de la princesita —murmura la mujer con un tono burlón, queriendo tomarse eso como una especie de broma.

—¡Esa malcriada no sabe nada, todo lo que haces es rico, sobre todo ese caldo! —protesta el pequeño frunciendo la nariz con enojo.

—No debes llamarla así, Víctor. Sé que puede ser difícil de llevar, pero ha sufrido mucho por la muerte de su madre, una pérdida así puede llegar a endurecer un corazón —plantea Ana no queriendo que su hijo le guarde rencor a la heredera Rivera.

—¡Eso no es excusa para que trate a los demás como si fuéramos escoria, para ser alguien de tan “buena clase”, no sabe nada de modales! —replica Víctor con las orejas enrojecidas por el enojo, ya que suele sentirse totalmente impotente de ver como esa engreída maltrata a sus padres.

—Bueno, pues en ese caso, debes tomarte muy en serio tus estudios. Así el día de mañana serás alguien importante que tratará a sus empleados con la dignidad que se merecen —afirma la mujer dándole un beso en la frente y volteándose para comenzar a buscar los ingredientes que utilizará para la comida que debe preparar.

El niño mira a su madre y se promete que no solo llegará a ser alguien importante, sino que será tan rico como el señor Rivera. Así ella ya no tendrá que andar sirviendo a mocosas engreídas y malcriadas. Aunque para hacerlo debería aprender a pensar como el señor Rivera, por lo que ha escuchando de sus padres él ha hecho su fortuna creando medicamentos, siendo dueño de una de las empresas farmacéuticas más importantes del país.

Cerrando su cuaderno se baja del taburete en el que estaba sentado y se dirige hacia su hogar para guardar sus útiles, una casa que se encuentra detrás de la mansión. Un lugar preparado para que la servidumbre viva, aunque para él es su casa, ya que al nacer sus padres ya vivían allí desde hacía unos años. 

—¿Acaso te has perdido? Esta no es la casa de loa sirvientes —protesta Elizabeth al toparse con el niño al pie de la escalera.

—Tengo suficientes neuronas en funcionamiento como para saber en donde me encuentro, algo que creo que no muchos pueden decir —responde Víctor recriminándose haber decidido ir por allí y no por el patio.

—No sé cuanta verdad podría haber en eso, he oído hablar del condicionamiento, quiere decir que en donde y con quienes uno vive determina cómo serás. Así que considerando que eres hijo de sirvientes y vives en una casa de sirvientes, eso significa que serás sirviente, así que no creo que esas neuronas lleguen a funcionar demasiado —espeta la niña con una sonrisa burlona en sus finos labios mirándose el vestido rosa que lleva puesto.

—Mis padre son gente trabajadora, de los que estoy muy orgulloso. ¡Lo único que lamento de ellos es que tengan que soportar a una niñita malcriada como tú! —replica el niño sintiendo como el enojo vuelve a expandirse dentro suyo como si fuera fuego.

—¿Yo una malcriada? ¡Si tus padres supieran al menos hacer su trabajo bien no tendría que estar estresándome y teniendo que acudir a mi padre! Pero supongo que no se puede esperar demasiado de gente así —plantea Elizabeth con una sonrisa maliciosa en los labios, dispuesta a enseñarle a ese chiquillo cuál es su lugar en esa casa.

—¿Gente así? —Víctor se muerde el labio con rabia hasta sentir el sabor de la sangre, sintiendo ganas de decirle tantas cosas horribles a esa consentida, pero al comprender que eso podría llegar a perjudicar el trabajo de sus padres, quienes siempre insisten en respetar a los señores de la casa, se da media vuelta para seguir su camino y hacer de cuenta que eso no sucedió.

—¡Te lo dije, condicionamiento, estás programado como si fueses una computadora a obedecer, a servir! —declara la niña con una expresión de triunfo al ver a ese engreído huyendo cabizbajo hacía su choza.

Víctor aprietas los puños con furia, sintiendo las lagrimas de rabia rodando por sus mejillas y la impotencia formándole una pelota en el estomago. Su posición en esa casa le ha impedido defender la dignidad de sus padres, pero se promete que cumplirá su promesa de ser alguien importante, que se volverá tan rico como el señor Rivera, y que cuando lo logre le enseñará a esa malcriada lo equivocada que estaba, le dará una lección.

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