CAPÍTULO 10: ¡Rompámonos una pierna!

Luisa

Después del viaje a Granada, nos subimos al avión y regresamos a Madrid, ahora yo llevaba un hermoso anillo en mi dedo que según él es estilo Toi et moi que según Carlos simboliza la unión eterna entre los dos contrayentes, ya que forma un ocho que da imagen a la eternidad. 

Así que estoy sentada en uno de los tantos sofás de mi habitación viéndolo brillar, a la luz del candelabro que está arriba de mí, mientras sigo pensando que en cualquier momento la alarma sonará y me despertaré de inmediato cayendo al suelo como muchas veces me sucedió. 

Se escucha el golpe de la puerta. 

—¿Diga? 

Me levanto de inmediato, me amarro el albornoz de seda que me he puesto para descansar y abro la puerta para ver a Larry.

—Señorita de las Casas. 

—Dime Larry. 

—El señor de la Rosa le invita a tomar una copa de vino.— Me dice formal. 

Sonrío.— Vale, me cambio y voy. 

Dile que por el balcón  escucho detrás de mí haciéndome reír levemente. 

—El señor dice que puede hacerlo por el balcón. 

—Gracias Larry. 

—De nada. 

Me doy la vuelta y me doy un vistazo frente al espejo para arreglarme el cabello para luego caminar al balcón donde lo veo a él con dos copas y una botella de vino. Carlos, viste un pijama bastante elegante y con un albornoz de seda color azul donde resalta en hilos dorados el escudo de su familia. 

—Buenas noches señorita de las Casas.— Me saluda y yo le respondo con una sonrisa tímida. 

—Buenas noches, Marqués. 

Él pone las copas sobre la orilla del balcón mientras sirve el vino.— Es un placer que hayas aceptado mi invitación. 

—Sí, tenía un hueco en mi agenda y dije ¿por qué no? 

Carlos estira la mano y me da la copa con vino tinto, después él toma la suya y la alza.— A tu salud. 

—A tu salud.— Repito y chocamos nuestras copas ligeramente. 

Tomo un sorbo del vino y alzo las cejas sorprendida, él sonríe—¿Te gustó? Este vino tiene más de 60 años, lo compré hace semanas atrás como regalo para Guiseppino, pero prefiero compartirlo contigo, además nos ayudará a dormir un poco. 

—Pobre Guiseppino, le quitamos su vino. 

—No le importará, ya para él cualquier vino es igual.— Contesta simpático. 

Volteo a ver la ciudad y suspiro.— Tengo años viviendo en Madrid y jamás lo vi de esta manera ¿sabes? Tan imponente y hermoso, siempre lo veía como una ciudad más en el mundo. 

—El cambiar de panorama te hace ver las cosas desde un punto de vista diferente, te ayuda a apreciar lo que se tiene y donde se vive o querer algo más. —Me dice como si fuera un sabio. 

—Tienes razón.

El bebe un sorbo de vino—¿Estás nerviosa? 

—Un poco,estoy a punto de entrar a un mundo que desconozco pretendiendo que lo hago, así que los nervios son válidos ¿no crees?  

—¿Te puedo dar un consejo? 

—Adelante marqués, me gustan sus sabios consejos.— Contesto y tomo un poco de vino. 

—Te aconsejo que lo disfrutes, porque por un rato es divertido y luego te irás de ahí, porque ya no lo es tanto cuando tienes que quedarte ahí.— Habla con melancolía y toma un poco más, nuestras miradas se cruzan y un ligero tono rojizo sube por sus mejillas. 

—Venga dime.— Lo invito.  

—¿Decirte qué? 

—Qué es lo que te molesta, digo, si quieres no todo entre los dos tiene que ser actuación, en verdad podemos ser buenos amigos. 

—Tengo amigos, eso creo… 

—Vamos.— Insisto. 

—Bueno, lo que pasa es que no siempre todo es miel sobre hojuelas, las personas piensan que por ser de este ambiente no lavamos ni un plato y nos la pasamos de caza. 

—¿Y lavas los platos en tu casa? 

—No, claro que no… —Contesta sincero.— Bueno, no… lo que pasa es que no está dentro de mis obligaciones. 

—¡Ah! — Expreso mientras sorbo la copa. 

—Lo que quiero decir es que a veces no podemos hacer lo que nos plazca, no podemos elegir lo que queremos, a quién queremos, debemos seguir protocolos muy rigurosos y prácticamente vivimos en una jaula de oro pero… 

—No deja de ser prisión. 

—¡Exacto! Quiero dejar de ser más que un niño bonito y rico.— Suspira.— No te ha pasado que quieres demostrar tu valía, decir puedo hacer esto, soy capaz de ser… de ser mejor, sólo quiero una oportunidad, no más.—Expresa con entusiasmo. 

En el último “más” el disminuye la voz y su tono apasionado pasa a uno melancólico desesperanzado, como si supiera que en realidad no tiene escapatoria y creo pensar que es así. 

—Te entiendo como no tienes idea.— Me uno a su pesar acordándome del mío— Si te dieran la oportunidad de demostrarlo ¿qué sería? 

—Que en realidad soy un artista. 

—¿En serio? — Expreso emocionada con una sonrisa—¿Cuál es tu talento? 

—Soy bueno para dibujar, me encanta. 

—¡De verdad! Haz un retrato. 

—Ahora no tengo lo que necesito y no tengo ni idea…. 

—¡Espera! 

Me meto de inmediato a la habitación y tomo una de las bolsas de papel de las compras y el delineador de ojos negro y corro de nuevo al balcón donde él está expectante. 

—Ten, esto sirve. 

—Pero, no sé qué dibujar. 

—A mí, yo seré tu modelo, tengo la luz perfecta. 

—¿A la luz de la luna? — Me pregunta entre pequeñas risas. 

—Cuando una mujer se va haciendo mayor las luces aliadas son la de la luna o/y de las velas.

Carlos lanza una carcajada, una tan fuerte que creo la tenía guardada desde hace años atrás. 

—Dios, ¿De donde sacas tantas cosas? — Me pregunta mientras toma un libro grande que tiene sobre una mesa y recarga la bolsa sobre él para comenzar.— Vale, dame tu mejor pose. 

Pongo mi rostro tres cuartos, subo mi mano sobre mi mentón y arqueo las cejas.— Esta es mi pose de Lady Di. 

—No, se ve muy falsa, mejor, recarga tu codo sobre el filo del muro, luego tu mentón sobre la mano y…¿me permites?

—Sí claro.— Contesto confiada hasta que él se acerca a mí, casi rozando mi rostro con el suyo, alcanza la liga con la que tengo agarrada la trenza y desata mi cabello para que caiga pesado sobre mis hombros. 

—Listo, ahora veme y no te muevas ¿sí? 

El semblante de Carlos se vuelve serio, se concentra para empezar a trazar las líneas sobre la bolsa de papel que le sirve como lienzo en este momento. 

—¿Crees que podamos platicar? 

—No, porque estoy justo en tu boca y tiene que salir perfecta. 

—Disculpe señor, sólo que posar es un poco aburrido.

Pasa unos quince minutos donde puedo observar por primera vez su gallardo rostro, la barba tupida, perfectamente arreglada, ojos marrones de mirada intensa con pestañas que cualquier mujer envidiaría, unos labios gruesos, sensuales que parece que siempre tienen un tono rojizo y esa nariz perfectamente simétrica que hace que todo se encuadre en un perfecto retrato y lo haga perfecto.

—Ya casi termino, solo dame un minuto y… ¡listo! 

Dejo de posar y sonrío— ¿puedo verlo? 

Él voltea la bolsa y un hermoso retrato hecho a lápiz muestra mi rostro de una manera tan artística y espectacular, es como si Carlos hubiera capturado mis mejores rasgos. 

—¿Te gusta? — Me pregunta acercándose un poco a la orilla del balcón que si quisiéramos de un salto estaríamos juntos en uno. 

— Me encanta, es muy bonito. 

—Pues es tuyo, te lo regalo.— Me murmura. 

—¿En serio? Pues firmarlo, así cuando seas famoso puedo venderlo para pagar una que otra deuda. 

—Lo hago si tú me das tu autógrafo, así cuando seas famosa podré decir que yo obtuve el primero. 

—Lo haces por educación. 

—No, lo hago porque sé que sé que serás grande Luisa, de eso estoy seguro.

—¿Dónde quieres que firme? 

Hmmmmmm hace con la boca y después mete su mano a uno de sus bolsillos y saca un elegante pañuelo de tela. 

—Aquí.— Dice estirandolo para que pueda firmarlo. 

Entonces tomo el delineador de ojos y escribo un poco emocionada.— Espera.— Le comento y entro de nuevo a la habitación para pintarme los labios de rojo y salgo para besar el pañuelo. — Listo. 

—Para Carlos, el marqués de la Rosa, para que no olvide que es un hombre talentoso y genial. Su amiga Luisa de Sade.— Lee.— Gracias.

—De nada, gracias por el retrato. 

Ambos tomamos un poco de vino y dirigimos nuestra mirada a la ciudad que ya está completamente iluminada por las luces de las casas y los edificios. Se siente como esas veces donde te estás despidiendo de algo y pero no sabes de qué pero sabes que extrañarás por un rato. Carlos estira su mano y toma la mía que está recargada sobre la orilla del balcón. 

—Mientras estemos juntos en esto va a salir bien, te prometo que no te abandonaré.— Me dice bajito. 

—Yo tampoco te abandonaré a ti.— Volteo a verle—¡Hagámoslo! — Expreso firme.— Rompámonos una pierna. 

—¡Y mucha mierda! Para ambos.— Contesta haciéndome reír. 

¡Qué empiece la actuación! 

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