Old Sallow.

*POV Tadeous*

—Príncipe y señor mío, por favor, le pido que llame a su padre. Solo el Rey sabrá alivianar mi situación en estos momentos— gimotea una mujer que se encuentra fuera de las rejas de la casa real.

—No puedo hacer tal cosa ¿Sabe usted que es un delito venir aquí de esa manera?— abro la boca y sigo trabajando en mi proyecto de jardinería.

—Pero príncipe, he quedado sin casa tras las fuertes lluvias, y mis hijos están pequeños como para trabajar... Tenga compasión— implora ella.

—Hay un plan en estos momentos funcionando para problemas como el suyo. Debería ir y hacer sus reclamos allí— digo y finalmente me levanto después de cortar ciertas hojas secas de mis preciosas flores.

Me retiro sin decir nada más, estoy harto de la gente que se queja por todo.

La mujer se enfurece y entonces comienza a gritar mil y un barbaridades.

Así son los pobres, personas a las que si no ayudas pasas a ser mala persona. Pero vaya que siempre están pidiendo.

Lo malo de ser príncipe, de pertenecer a una familia real es que debes ser siempre tu mejor versión. La gente de la aldea nunca comprende que también somos seres humanos, como si tener dinero y poder diera la felicidad.

Quito de mis manos los guantes con los que trabajo en el jardín cuando tengo tiempo libre, cosa que es muy extraña teniendo en cuenta que soy el heredero al trono.

Mi lobo interno muere por salir a corretear por el bosque como cuando era niño, pero bien sé que fuera de los muros del palacio, la seguridad es un lujo para alguien como yo.

—Príncipe, dígame ¿Qúe le gustaría para desayunar?— pregunta uno de mis más fieles sirvientes, mi asistente.

—Dile a Tina que me encantaría salir y hacer un buen estofado en el bosque— comento con algo de burla, pues sé que eso jamás sucederá. No desde la última vez.

En aquella oportunidad, se le incendió el cabello a la cocinera por mi culpa, ya que, tenía diez años de edad, no medí la fuerza y uno de los carbones con los que estaba jugando moviéndolo con una rama entre las brasas, salió volando y cayó en la larga trenza de cabellos castaños de la mujer. Ella se encontraba sentada de espaldas en un largo tronco y no se dio cuenta, solo hasta que el olor la alertó y yo palidecí. Morí de vergüenza.

Desde ese día, no se organizan más salidas a comer.

El hombre suelta una carcajada, él sabe sobre ese acontecimiento.

—Seguro que acepta, pero esta vez tendrá que recogerse el cabello— dijo mi asistente.

—No es cierto, solo quiero lo de siempre, Louis— comento y me adentro hacia el palacio por la puerta trasera, la que da hacia la cocina.

Me encanta molestar al personal, es mi pasatiempo favorito.

—¡Que nadie se mueva!— grito a todo pulmón, haciedo que varias de las empleadas peguen un brinco.

—No de nuevo, príncipe. Creí que ya había superado esa etapa de chiquillo tremendo— exclama Tina, quien es la mujer de la que hablábamos Louis y yo, una omega entrada en años.

Me está preparando huevos revueltos, los que tanto me gustan.

La observo por un momento.

—¿Qué puedo decir? Las viejas costumbres son difíciles de quitar— digo y entonces paso cerca de uno de los costales de harina de trigo, solo para tomar un puñado sin que nadie se de cuenta y lanzarlo cuando estoy apunto de salir.

Salgo corriendo de allí y escucho a las mujeres quejándose. He logrado mi cometido de hoy, así que, puedo ser feliz mientras recuerdo aquel evento por el resto del día.

Camino hacia las escaleras que dan al despacho de mi padre. Sacudo muy bien mis manos antes de entrar.

Uno de los sirvientes advierte mi llegada al Rey.

Entro en la oficina, la cual es la más grande habitación de toda la casa real, aunque es considerado un pequeño palacio.

—Hasta que te atreves a mostrar hoy las narices por aquí— dice mi padre, a quien ya se le notan las canas, él se mantiene concentrado leyedo un artículo de la prensa. A su lado hay montoes de documentos que firmar.

—Buen día para ti también, padre— digo y tomo asiento frente a él —¿Qué tenemos para hoy?—.

—No me digas que todavía no has desayunado— dice él y coloca dos de sus dedos en el entrecejo —Ya te he dicho que tenemos suficientes jardineros ¿Por qué sigues empeñado en cuidar del jardín tú mismo? Tienes deberes mucho más importantes— insiste al tiempo que recupera la compostura y rebusca entre los papeles.

—Ya te lo he dicho, me gusta hacer ese tipo de trabajos, me ayuda a quitarme de encima el estrés— expreso mi punto de vista una vez más, aunque no sea bien recibido.

—Debes dejar de creer en tantas tonterías. Serás el Rey algún día, tienes que comportarte como tal— dice y entonces me mira con severidad, sé que lo dice en serio.

—No suelo tomarme esto a broma, padre, ya deberías saberlo— le respondo, tratado de alivianar el ambiente.

—Yo eso no lo sé, aún no me has demostrado nada— dice sin mirarme a la cara, pues sabe muy bien que yo hago el esfuerzo siempre que puedo.

Solo asiento ante eso, aunque me hierve la sangre por dentro. Entonces entra uno de los sirvientes para decirme que el desayuno está servido.

Me levanto y salgo sin más, ya no tengo nada que decir, pero sé que debo volver a ayudarlo a tomar las decisiones importantes por el bienestar de la manada.

Todos los días se van de esa manera, somos nosotros quienes debemos de escuchar al pueblo, pero ellos jamás se preocupan por la administración de bienes y su repartición.

Entro al comedor y lo primero que veo es al jefe de operaciones entrando de sopetón.

—Señor, en la entrada hay una humana. Dice que quiere hablar con el Rey— informa él preocupado, con el rostro deformado.

Por aquí es muy raro ver a un humano, somos una manada de hombres lobo muy privada, los que saben de nosotros solo lo hacen por la producción de telas e hilos, y también tenemos sede en el mundo humano ¿Por qué vendría una de ellos hasta aquí?

Eso es algo que debo saber.

Me dirijo de inmediato junto al agente de seguridad hacia la entrada principal. 

Ya veremos qué es lo que quiere esa humana.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo