Dante dormía como un niño, junto a sus mellizos. Ellos tres sobre aquella cama, mientras Eli estaba en la ducha. Eli tenía una familia, esa familia que tanto añoraba tener. Esa ilusión que tenía y que pensaba que jamás iba a tener. Era feliz y no podía pedir más, porqué ya lo tenía todo.
Sin hacer mucho ruido, Eli salió del baño y fue hacia el clóset. Sonrió como una boba cuando vio aquella imagen. Se fue vistiendo y salió de la habitación para dejarles dormir.
Al llegar al salón, paró en seco cuando vio a su suegro frente a ella con una copa en la mano y mirando el fuego de la chimenea. Cuando el hombre la sintió, se giró y la sonrió.
—Hola, Elisabeth. Soy...
—Se quién es. — le interrumpió. —Dante sigue durmiendo, será mejor que venga más tarde.
—No quiero hablar con mi hijo, si no contigo. — ella arrugó su ceño, no se fiaba de ese hombre.
—¿Y de que quiere hablar conmigo? — preguntó intrigada.
—Sobre algo que necesito que hagas por mí. — ella sonrió levemente. —Necesito que conve