PERDONAR EL PASADO

— Digna, dime qué eso no es verdad, que esa perra no está viva.

— Mi niña, lo está, tiene cuatro mocosos, y espera otro.

Dayanara de la Torre estaba más que furiosa al enterarse de que Luggina seguía con vida y con cuatro hijos.

— ¡Lucciano será mío! Y esa mustia ni ninguna otra mujer me lo quitará.

— Mi niña espera, piensa en lo que harás, deja ese hombre, mira César te quiere bien.

— ¡No Digna! No, yo quiero a Lucciano y lo quiero para mí. Así tenga que sacarle los ojos a esa mujercita .

Fue a la oficina de Lucciano sacó una pequeña pistola y salió.

Manejó tan rápido que no importó pasarse los semáforos y señales de tránsito.

Llegó a la mansión Lombardi y no encontró a nadie más que a Mirta.

— ¡Mirta! Dame la dirección de esa mujercita. — Exigió a gritos.

Mirta estaba muy nerviosa conocía el carácter explosivo de Dayanara.

— No lo sé señora, no tengo orden de dar esa dirección.

Dayanara sacó el arma y apuntó a Mirta.

— Señora, tenga cuidado con eso, por favor.

— ¡Cállate! Solo abre
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