Cuando vuelvas conmigo
Cuando vuelvas conmigo
Por: Paola Arias
Capítulo 1

¡Hola, amores bellos!

No tengo nada qué decir, solo espero que esta corta historia llena de romance y de drama sea de su total agrado.

No tengo días de actualización establecidos, por lo que les pido paciencia y comprensión.

¡Los amo!

¡Les deseo una lectura apoteósica!

🌟

—¡Victoria! —gritó Nancy, levantándose a toda prisa de la banca del parque. 

Buscó con desesperación y con una gran opresión en el pecho a su pequeña sobrina, pensando en el fondo de sí que la pequeña le estaba gastando una de sus bromas. Pero entre más buscaba entre las caras de los niños y no la hallaba, más angustia sentía en su corazón. 

—¿Ha visto una niña de cabello castaño claro, ojos azules? —le preguntó a una joven madre que paseaba por el sendero del parque con su bebé en un cochecito, desesperada y con las lágrimas al borde de sus ojos—. Tiene un vestido rosa y zapatos del mismo color.

—Lo siento, no la he visto —la mujer sintió pena por ella—. ¿Cómo se llama la pequeña? Puedo ayudar a buscarla. 

—¿De verdad? Se lo agradecería mucho —respondió—. Se llama Victoria. 

Entre las dos mujeres empezaron a gritar el nombre de la pequeña, tomando direcciones opuestas para que la búsqueda fuese más efectiva y furtiva. Pero ninguna niña respondía a los llamados y Nancy empezaba a desesperarse de verdad. 

Se reprendió a sí misma en el instante que accedió a hacerse cargo de su sobrina, sabiendo de lo inquieta y traviesa que era la pequeña de seis años. ¿Qué le diría a su hermano y a su cuñada? Su cabeza quedó en blanco, no podía siquiera moverse del parque, dando vueltas en el mismo lugar mientras las lágrimas abandonaban sus ojos y la angustia y la desesperación la dominaban por completo.

¿Cómo se suponía que le diría a su hermano que la niña se había perdido de su vista en cuestión de segundos? Estaba segura de que Vicky estaba en los columpios, ahí fue donde la vio balancearse con toda la emoción y felicidad del mundo.

Debía calmarse y buscarla, no quedarse ahí parada sin hacer nada. Así que siguió corriendo por los alrededores del parque, gritando su nombre hasta que su garganta ardió. Cruzó la calle, preguntando a todos los transeúntes, pero ninguno le daba razón de la niña. Nadie la había visto. 

Corrió por la acera en dirección hacia la cafetería y se quedó pasmada al ver a Victoria al otro lado de la calle, preguntándose sin parar como había llegado allí. Su corazón se detuvo en cuanto la vio y, al ser tan pequeña. correr hacia ella. 

—¡No, no  no! ¡Quédate ahí! —gritó tan fuerte como pudo que pensó que su garganta sangraría—. ¡Que te quedes ahí, Victoria! 

Dio un paso, pero un auto pasó a toda velocidad y la hizo detener. Pegó un grito aún más fuerte al ver a su sobrina con la intención de cruzar la calle para llegar hasta ella, pero como si se tratara de un ángel, un hombre la alcanzó a tomar entre sus brazos antes de que pusiera un pie en la vía. 

Nancy respiraba agitado y su corazón latía con mucha fuerza y rapidez. Temblaba como una hoja, presa del pánico y del miedo que la abrazó por un instante. Estaba a nada de desmayarse, pero las ansias de llegar con la pequeña y asegurarse de que estuviera bien, la hizo cruzar la calle sin importar que los autos frenaran en seco y tocaran la bocina.

—¡Por Dios, Victoria! —se la arrebató al hombre de los brazos y la miró por todos lados, buscando algún rasguño en su cuerpo—. ¿Cómo llegaste hasta aquí? Te dije que no cruzaras la calle, que no salieras del parque, que no te alejaras de mí. ¿Por qué no obedeces? Entiende que cruzar la calle es peligroso. 

Victoria hizo un mohín con los labios y bajó la cabeza. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas y no era para menos, su dulce tía la estaba regañando por primera vez. Ella no entendía el peligro que corría, solo deseaba explorar los alrededores y saciar su curiosidad como todo niño. Además de que ansiaba un helado para ella y su tía Nancy, pero no tenía dinero para pagarlo.

—¿No cree que, la que debería estar al pendiente de la pequeña es usted, señora? —dijo una voz firme y masculina, atrayendo su mirada—. El cuidado de la niña es suyo. Ella es pequeña, así que no debería reprenderla a sabiendas de que usted fue la que falló al no estar pendiente. Es su error.

Nancy miró al militar frente a sí y no supo de momento qué responder. Él tenía toda la razón, ella era la que debía estar al pendiente de Victoria, pero fue solo un segundo lo que se descuidó. No podía rebatirle al hombre aunque quisiera.

—Debería tener más precaución con su hija. No le quite la mirada de encima ni un solo instante, hay muchos peligros para los niños en estos tiempos —se agachó frente a la pequeña y le sonrió con calidez—. Hazle caso a mamá. Nunca le sueltes la mano, ¿de acuerdo?

Victoria asintió con timidez y se abrazó a Nancy, buscando consuelo. 

El hombre miró a la mujer una última vez antes de seguir su camino, pensando que era una madre muy joven y por eso se debía el descuido de la pequeña.

Nancy salió de su pasmo en cuanto vio la espalda del hombre alejarse y suspiró, acariciando el suave cabello de su sobrina. 

—No vuelvas a irte de esa manera —le dijo en un susurro—. Me asusté mucho cuando no te vi en el parque. 

—Yo solo quería comprar helado —murmuró la pequeña con un dejo de tristeza. 

—Debiste decirme para yo ir contigo a comprarlo. Cruzar las calles sin un adulto es peligroso. Aun eres muy pequeña para hacerlo tú sola —besó su cabeza y le sonrió con afabilidad—. ¿Quieres helado?

Victoria asintió, esbozando una sonrisa. Nancy comprendió que no era culpa de la niña, después de todo, ella era la que debía estar cuidándola. Aquel militar tenía toda la razón, en estos tiempos había muchísimos peligros para los niños. Aunque no le pudo dar las gracias debido al miedo que sintió, agradeció a Dios que enviara a uno de sus ángeles para proteger a Victoria.

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