HELADO DE FRAMBUESA

Llego a casa y abro la puerta. Lana me saluda como si llevara no horas, sino días sin verme.

—Hola, peluda —la acaricio. Extrañado, miro por la sala y agudizo el oído. Al parecer no hay nadie porque ya mi amada esposa habría salido a recibirme con sus efusivos abrazos y besos—. ¿Dónde están la mamita y la hermanita? —le pregunto a Lana quien no deja de brincar.

Espero que se tranquilice y saludo a Lola, que está en su gimnasio e interiormente me río al caer en cuenta, que estoy rodeado de féminas.

Subo al segundo piso. Me quito la ropa de calle, me lavo las manos y la cara, ha sido un día agotador en la clínica.

Entro al cuarto y noto la puerta de la azotea entre abierta.

Voy al acogedor espacio y las encuentro dormidas en la hamaca. Me acerco a apreciarlas y con solo mirarlas, todo el cansancio se va de mi. ¡Se ven tan bellas!

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