Matryoshka!

Caminaba lento y a los saltos en aquel mundo deformado, miles de vías abandonadas surcaban el cielo, atravesando los edificios que salían en punta desde distintas partes, no había estrellas pero sí había caritas felices que daban vueltas sobre sí mismas, hipnóticas e idiotas.

Mi cabello suelto jugaba con mis orejas y no había nadie que lo detenga, ¡me estaba volviendo loca! ¿Qué demonios pasa? ¿Dónde dejé mi muñeca? Entonces vi al Señor Freud que caminaba releyendo sus apuntes y fumando un puro, seguramente eran los apuntes de algún paciente perverso y loco, como yo.

—Señor Freud, mi cabello juega con mis orejas y no sé dónde dejé mi muñeca —le dije, el Señor Freud levantó la vista de sus apuntes y me miró a través de sus lentes.

—El hecho de que te preocupes por qué tu pelo juega con tus orejas y dónde dejaste tu muñeca ya revela tu fuerte sentimiento de inseguridad sexual latente —dijo y se retiró mientras daba otra pitada a su puro. Seguí dando saltos mientras miraba a mi alrededor
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