Narra Adriana

Mi hija Daniela ya tenía casi dos meses y estaba tan hermosa, parecía un peluchito. Era blanca con sus ojos canelos, grandes y hermosos tenía un montón de cabellos que le tapaban sus ojitos. Era tan graciosa como su padre, sonreía tanto y en medio del infierno en el que nos encontrábamos ella le traía frescura a mi vida. Siempre hemos sido inseparables, no me he separado de ella ni para tomar un baño. De hecho, siempre nos bañábamos juntas y dormíamos juntas, mi peludita y yo éramos inseparables.

Como cada día en la mañana mi peludita y yo salimos a pasear por el jardín, a escuchar el hermoso canto de los pájaros y oler el dulce olor de las flores. Ese era nuestro momento de paz cuando nos sentíamos más cerca de Dios. Me gustaba soñar en ese momento. Soñar con que un día podría salir de ese encierro, con que mi hija y yo seriamos libres de Víctor y volveríamos a los brazos de su padre para ser felices junto a él.

-Solo faltaba yo para hacer de este momento más especial – escuché la vo
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