Más tarde, en el avión, Ari se sorprendió a sí misma echando una cabezada, pero el sillón no se prestaba a dormir.
—¿Quieres intentar descansar un poco? —preguntó Lillian, con ojos comprensivos—. Nos quedan varias horas de viaje y no llegaremos a Estrea hasta la mañana.
—Sí, pero estas sillas lo hacen casi imposible —soltó Ari antes de pensar. La discusión con su madre y su hermana, junto con el hecho de pasar la tarde de compras, le había pasado factura y estaba a punto de caer.
Lillian sonrió: —Ven conmigo. —Se levantó y se dirigió hacia la parte de atrás, obviamente esperando que ella la siguiera.
Demasiado cansada para oponerse, Ari se levantó de su asiento, agarró su bolso y la siguió. Lillian pasó por delante de un bar y de los baños, pero se detuvo ante una puerta que bloqueaba la parte trasera del avión. Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios y luego abrió. En el interior había una cama redonda de tamaño king, cubierta con un acogedor edredón de seda blanca. Sobre