Cita con la madre de mis hijos
Cita con la madre de mis hijos
Por: Tory Sánchez
Capítulo 1. Necesito verte

Romina abrió los ojos, mientras leía el resultado de sus análisis. Lo que debió ser solo un chequeo rutinario y requisito de su nuevo empleo, terminó en una noticia inesperada.

¡Estaba embarazada!

El calor abandonó el cuerpo de la joven, una sensación de ahogamiento se apoderó de ella, hasta casi asfixiarla. Sus manos temblaban como si fueran hojas mecidas por el viento. Sus rodillas cedieron bajo su peso y tuvo que sentarse en el sillón más cercano.

Una de sus manos fue directamente hacía su vientre.

—Embarazada —susurró.

Romina estaba en shock, pues el padre de su hijo no era otro más, que Henry, el menor de la dinastía Cameron, el hombre con quién había pasado una noche de pasión sin compromiso.

¿Cómo se supone que iba a darle una noticia como esa? Su relación nunca había sido la mejor, de hecho, luego de su noche juntos, las cosas solo empeoraron al grado, que terminaron por ignorarse cada vez que se encontraron en la universidad. Las vacaciones le venían bien para olvidarse de lo que sucedió entre ellos; sin embargo, eso ya no sería posible.

¡Estaba embarazada!

Un hijo no era cualquier cosa, era una responsabilidad muy grande. La vida entera iba a cambiarle con la llegada de un bebé.

Le aterraba la reacción que su padre tendría al saberlo. Tom Mayer no era un hombre fácil de tratar. Lo más probable era que le exigiera conocer el nombre del responsable y con seguridad, la obligaría a casarse.

—Tengo que pensar —susurró, buscando con la mirada su móvil. Apenas lo encontró, se lanzó sobre él, como si fuera un salvavidas, lo cogió y marcó el número de su mejor y única amiga.

Romina esperó por un par de segundos que se le antojaron eternos antes de escuchar la voz de su amiga.

—¡Eloísa! —gritó.

—¿Romina?

—Necesito verte, Isa, por favor —pidió con desesperación.

¿Dónde estás?

—En casa, ven por favor, es urgente —susurró.

Estoy cerca de tu piso, voy para allá.

Romina cortó la llamada, esperó y esperó. Había visto su reloj más veces en cinco minutos, que en toda la semana y cuando el timbre de la puerta sonó, ella corrió para abrir.

—¡Isa! —gritó halándola del brazo y arrastrándola al interior.

—¿Qué te pasa? —preguntó la joven al ver el rostro pálido de su amiga.

—Ven, siéntate —pidió.

Eloísa obedeció, tenía el ceño fruncido ante el comportamiento de Romina, pero decidió esperar a que ella le explicara su comportamiento.

—¿Qué pasa? —preguntó, luego de varios minutos de silencio.

Romina caminó hasta la mesa donde dejó los resultados de los análisis.

—¿Recuerdas el trabajo del que te platiqué? —preguntó al no saber cómo decirle a su amiga lo que ocurría.

—Sí, ¿te lo dieron? —preguntó ella aun sin entender.

Ella negó.

—No me he presentado, será mañana al mediodía —susurró—, sin embargo, no es eso de lo que quiero hablarte —añadió en tono mucho más bajo.

Eloísa esperó.

—Léelo —le pidió.

—Estás loca, Romina —expresó la chica.

No era la primera vez que Romina la hacía correr, esperaba que esta vez no fuera una más de sus bromas. La quería como amiga, pero en ocasiones estaba tentada a matarla por su comportamiento tan despreocupado.

Todo pensamiento desapareció de la cabeza de Eloísa al leer la hoja que Romina le tendió.

—¿Estás…? —ella no fue capaz de terminar la pregunta.

—Sí.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Eloísa, mirándola fijamente.

—No lo sé, no sé qué haré, Isa.

—Deberías empezar por decirle al padre del bebé. No lo hiciste sola —le recomendó.

Romina negó.

—¿Por qué no? —preguntó.

—No creo que él esté muy interesado en saberlo —susurró.

—¿Es casado?

—¡No!

—Entonces, ¿qué te impide que se lo digas? Romina, un hijo no se hace solo. Tanto él como tú tienen las mismas responsabilidades. Deberías buscarlo y decirle que esperas un hijo suyo —le recomendó Eloísa, más bien casi se lo exigió.

Sin embargo, Romina no sabía cómo decirle a su amiga que el padre de su hijo y ella no tenían una buena relación, más bien, no tenían ninguna relación.

—Piénsalo, Mina —dijo. Hacía tiempo que Eloísa no la llamaba de esa manera, desde que cumplieron quince.

Romina pasó los siguientes días reflexionando si debía o no buscar a Henry, hasta que, ese sábado por la noche se decidió. Eloísa tenía razón y, aunque no esperaba convertirse en la esposa de Henry, porque su vida se convertiría en un infierno, por lo menos, cumpliría con contarle la verdad. Ya él podía decidir ser o no ser parte de la vida de su hijo.

Con más decisión de la que sentía, buscó el número de Lucas Hamilton, el primo de Henry y con el único que se llevaba medianamente bien.

¿Romina?

La voz de Lucas sonó sorprendida como era de esperarse, ella nunca le había llamado por teléfono, pero al llamarla por su nombre, supuso que también había guardado su número.

—Hola, Lucas —saludó, con los nervios instalados en la boca de su estómago—. Quería pedirte un favor, ¿podrás? —preguntó dudosa.

Eso depende de lo que quieras, no puedo empeñar mi palabra a ciegas, es como vender mi alma al diablo.

Romina ahogó el gemido de frustración que amenazó con salir de su garganta, no estaba para bromas.

—Verás, necesito localizar a Henry, es realmente importante —dijo con rapidez, antes de arrepentirse.

¿Henry? ¿Henry, mi primo?

—Ese mismo —confirmó Romina con urgencia.

Un silencio sepulcral se hizo al otro lado de la línea y Romina creyó que Lucas le había cortado la llamada.

—Lucas, ¿estás allí? —preguntó.

Sí.

—¿Podrías darme su número telefónico? —cuestionó de nuevo, esperanzada.

Eh…, no lo sé, Romina. Ustedes dos no se llevan bien y…

—Es realmente importante, Lucas. Te aseguro que no te molestaría si no lo fuese —insistió.

Lucas pareció dudar, pero al final respondió.

Te enviaré su número, pero no le digas que te lo he dado. No quiero tener problemas con él por tu culpa.

—Te prometo que no se lo diré—dijo.

Un nuevo silencio se hizo por parte de Lucas.

Te enviaré su número por mensaje.

—Gracias, Lucas. Te debo una —susurró antes de cortarse la llamada.

Solo segundos después su móvil sonó anunciado un nuevo mensaje, ella dudó otro segundo y lo abrió. El número de Henry estaba escrito allí.

Romina cogió su bolso y las llaves de su auto, su intención era salir antes de arrepentirse, pero justo, cuando estaba en la puerta, se detuvo.

No podía aparecerse frente a Henry así, sin más. Ni siquiera sabía dónde buscarlo. Aclarando un poco sus pensamientos, caminó de regreso a la sala, cogió su celular y, con manos temblorosas, marcó el número de Henry.

El móvil sonó un par de veces antes de ser atendido.

Henry Cameron.

Romina tragó el nudo que se había formado en su garganta.

Aló.

La voz de Henry la trajo a la realidad.

—Soy yo, Henry. Romina —dijo.

Un silencio sepulcral le siguió a aquellas palabras, Romina esperó y esperó, mientras sentía que iba a desmayarse en cualquier momento.

Romina.

—Sí.

¿Puedo ayudarte en algo?

Romina no esperaba esa pregunta, pero la aprovechó.

—Necesito verte, Henry. Hay algo importante que necesito decirte y no puedo hacerlo por teléfono. ¿Crees que podamos reunirnos?

¿Cuándo?

—Hoy —Romina miró su reloj—, en una hora en el Restaurante Craft.

Estaré allí, si me retraso espérame. Estoy en el set de grabaciones.

—Gracias.

La llamada se cortó de nuevo y Romina salió disparada al cuarto de baño. Se dio una rápida ducha y vistió con prisa, tenía poco tiempo para llegar. Con los nervios a flor de piel, tomó su bolso y sus llaves para salir al encuentro de Henry, se aseguró de llevar la prueba médica en su bolso y se dirigió a la puerta; sin embargo, Romina no esperaba encontrarse con su padre, había pasado varias semanas sin saber de él, desde que la dejó a cargo de Isaac Harper.

—Papá —dijo, palideciendo.

—Tenemos que irnos —dijo sin más.

—¿Qué? —Romina dio un paso atrás.

—La misión tuvo un error, Romina, mi cabeza tiene precio—dijo, tomándola de la mano.

—¡Espera, papá! ¡No puedo irme! —gritó, pensando en su cita con Henry.

—Lo siento, cariño, pero no puedo irme sin ti —dijo, casi arrastrándola para sacarla de departamento.

—¡No, papá! ¡Tengo que ver a Henry! —gritó, pero Tom no la soltó, la metió al ascensor y la llevó directamente al parqueadero, donde su camioneta aguardaba por ellos y con prontitud dejaron la seguridad del edificio.

Entre tanto, Henry se dio prisa para llegar al restaurante, miró la hora en su reloj, estaba llegando con diez minutos de retraso, por lo que, esperaba que Romina le diera tiempo de llegar. Le intrigaba su llamada, sobre todo, porque desde la única noche que pasaron juntos, no habían vuelto a hablarse.

Henry buscó una estación de radio, no quería pensar en esa noche y menos en el motivo por el cual Romina deseaba verlo, aunque en el fondo de su pecho tenía un ligero presentimiento. La voz del locutor interrumpió sus pensamientos.

—El accidente fue fatal, la policía habla de dos fallecidos en el lugar. Estamos a la espera de confirmar la identidad de las víctimas mortales.

Henry arrugó el entrecejo, se dispuso a cambiar de estación, pero su dedo quedó ligeramente sobre el botón sin llegar a presionarlo cuando el locutor volvió a hablar.

Las identidades de las víctimas han sido confirmadas por la policía. Se trata del agente y jefe de la DEA Tom Mayer y su hija de dieciocho años, Romina Mayer, estudiante de una reconocida universidad de la ciudad…

El corazón de Henry casi se detuvo al escuchar la noticia, ¿Romina estaba muerta?…

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