Estaba sucediendo todo de nuevo.
Así era exactamente como iban las cosas hace años.
La había esperado tanto que un minuto de retraso se convirtió en treinta. Luego, una hora se convirtió en dos antes de que el sacerdote oficiante se cansara de esperar.
A medida que sus pasos se sentían más pesados, Charles no supo qué sentir al principio.
¿Enojo? ¿Odio? ¿Decepción? ¿Tristeza?
Isabella, como aquel día terrible, llegaba ya treinta minutos tarde y el juez que oficiaba no podía soportar que se retrasara demasiado. Charles se preguntó entonces si ella había hecho esa promesa por lástima, cuando en realidad debía de haber tenido algún plan para huir escondido en su cabeza.
Al salir del ascensor, sintió que todo su cuerpo temblaba. Resistiendo la tentación de apretar los lados de la cabeza, Charles se escapó el aire de la boca, tratando en la medida de lo posible de mantener la calma.
A pesar del creciente miedo en su interior, apareci