Me arrastré fuera del saco de dormir apenas Brandon dejó el palco.
—¡Gina! —llamé, saliendo a gatas de la tienda.
—¿Qué ocurre, Fran?
—Lo siento, Gina, pero no puedo quedarme hasta mañana por la noche —dije, enjugando mis lágrimas para hacer lugar a las que venían detrás.
—Está bien, Fran. No te preocupes por nosotros.
—Kujo protege —agregó él viniendo a pegarse a mi costado.
—¿Están seguros?
—Sí. Ve a hacer lo que debes hacer.
—De acuerdo —murmuré, y regresé a la tienda para buscar mi teléfono.
El próximo vuelo de Filadelfia a Los Ángeles no despegaba hasta después de las seis de la mañana. Era sólo medianoche. Mierda. No importaba. Mejor ta