Preferí no esperar a que Amy regresara. Se daría cuenta que había pasado algo y haría preguntas que no quería responder. De modo que tomé mi chaqueta liviana, porque no había llevado más abrigo a Los Ángeles, y me fui al asilo. Gracias a Dios era una noche cálida.
Lee, el empleado que reemplazaba a Brett, sabía que iría. Me recibió con un saco de dormir, mi propio LED con baterías nuevas y el termo de Brett lleno de café recién hecho. Hasta me ofreció acompañarme a Tinicum Hall. Casi le pido que se case conmigo, pero descubrí el KII en su bolsillo trasero. Lo enfrenté alzando las cejas y se encogió de hombros con una sonrisita incómoda.
—Hace meses que hay rumores sobre el carroñero, pero dicen que acercársele sin ti es peligroso —confesó—. ¿Te molesta si te acompañ