Por eso Kingston no usaba guantes durante todo el año. Incluso cuando el invierno estaba en su punto más frío, todavía se negaba a hacerlo. Sin embargo, nunca había esperado que alguien le diera un pequeño calentador de manos.
La amabilidad de aquella señorita había llenado de calidez su corazón.
Él incluso empezó a sospechar. ¿Cómo podría una mujer como esta, quedar embarazada en prisión?
¿Acaso había algo más detrás de todo eso?
¡Kingston se juró a sí mismo que investigaría rápidamente quién era ella y la ayudaría a resolver esta desafortunada situación!
Sin pensarlo, él abrió la puerta del coche antes de decirles a Sebastian y Sabrina: “Señor, Señora, por favor entren”.
Sabrina se sonrojó y sonrió mientras decía: “Gracias”.
En el coche, ella vio como Sebastian abría su computadora portátil para trabajar. Sabrina, sabiamente, no emitió ningún sonido. Después de que regresaron al apartamento, ella le preguntó: “¿Tienes hambre?”.
Sebastian la miró, vacilante. “¿Sabes cocinar?”.