—déjame a solas con la señorita Maxwell— ordena Lombardi a su secretaria
La secretaria asiente, se marcha cerrando la puerta.
—por favor toma asiento— hablo muy caballero Lombardi
Lena muy educada lo hace.
—lamento entrar de esa manera, pero de verdad me urge hablar con usted señor
—descuida, tu presencia me agrada ¿En que le puedo servir señorita Maxwell?— Lombardi toma asiento, y luego cómoda su corbata
Lena pasa saliva y retoma la compostura.
—vengo en representación del señor Di Monti
—claro, yo si decía que te me hacías conocida, si tú precioso rostro está en todas las revistas— Lena se sonroja
—gracias es usted muy amable, señor antes que todo, quiero que de esta conversación saquemos a un lado la rivalidad, y el dinero, y pensemos en las personas que se benefician de los hospitales médicos
—Di Monti, solo es un hombre amante del dinero, él no piensa en el prójimo, por lo tanto, yo me interpuse, lo acepto, pero lo hice porque así son los negocios señorita Maxwell, además, so