Ana fruncía el ceño, sintiéndose frustrada por la actitud irracional de ese hombre. Gritaba con tanta fuerza que era difícil creer que estuviera enfermo o herido.
—Señor, si cree que le he causado algún daño, vamos a hacer un examen ahora mismo. Si resulta que tengo algo que ver, no me rehusaré a asumir la responsabilidad. Pero si no, no espere que pague ni un centavo injustamente.
Ver a Ana, una mujer aparentemente frágil, hablarle sin darle cara, e incluso insinuar que él estaba fingiendo, hizo que el rostro del hombre pasara del rojo al pálido, a punto de perder el control y agredirla. Justo entonces, su brazo fue atrapado por alguien por detrás.
—¡¿Quién se atreve a tocarme?!
Intentó moverse, pero la fuerza de esa persona era mayor que la suya, y pronto empezó a gritar de nuevo.
Ana levantó la vista y vio que era Lucas quien había llegado, sintiéndose un tanto avergonzada y sin palabras. Qué situación más incómoda, y Lucas tenía que presenciarla.
Por coincidencia, Lucas estaba allí