(Brad Allen)
Ella salió de mi despacho y yo me quedé allí, como un pasmarote, sin saber qué hacer. ¿Qué coño acababa de pasar? ¿Y por qué me moría por detenerla?
La puerta se abrió de nuevo y Dana apareció en ella, lujuriosa, con esa sonrisa que me volvía loco. Sonreí, olvidándome de la maldita Christine Winston. Le hice una señal para que se acercase y luego señalé hacia la mesa. Me obedeció en seguida, se bajó las medias, las bragas de lencería fina y se subió la falda, antes de postrarse ante mí, mostrándome su perfecto trasero. Aquello me puso como una moto, justo como siempre.
Me abrí la cremallera, y saqué a escena mi duro miembro, me coloqué un condón de los que guardaba en el cofre que hab&ia