MUERTA EN VIDA

CAPÍTULO DOS 

       ¿Qué había del éxito que termina sabiendo insípido en la boca de un corazón que ha sufrido tanto? ¿Qué había del éxito cuando el corazón no conoce lo que es ser amado? En medio de la lluvia, como si el cielo estuviera llorando con ella de igual manera, Paula bajó de la camioneta que había estado manejando con tanto trabajo debido al dolor en su pecho hasta llegar a su casa, donde seguramente su esposo estaría como si nada hubiera pasado.

Con el cabello empapado, entró a la casa azotando la puerta de la camioneta. Ya no se podía saber si estaba enojada o triste, triste hasta el hecho de querer morir.

Entrando a casa se dio cuenta que ahí estaba su esposo, haciendo de cenar mientras tarareaba una canción. Era increíble, si ella no hubiera visto lo que había visto un par de horas atrás seguramente hubiera caído por esa imagen hermosa de su esposo.

—Hasta que llegas, cielo —, dijo él sirviendo de cenar.

Ella no iba a soportar más.   

Paula estaba harta, harta de ser el patito feo de la familia y de todos, harta de ser solamente a la mujer que esclavizaran, harta de ser a la mujer que todos usaran a su conveniencia.

Molesta y adolorida, Paula tiró uno de los vasos de vidrio que estaban en el comedor, logrando que el ruido llenara el silencio y la alegría de ese hombre que solo la había engañado.

Prontamente Alejandro salió de la cocina sin saber qué era lo que estaba pasando. Cuando finalmente estuvo afuera, se dio cuenta que ahí estaba su esposa. Lucía diferente, completamente diferente a la cálida mujer que siempre tuvo a su lado.

—Paula, ¿qué es lo que te pasa? —Preguntó Alejandro, siendo descarado.

Paula, llorando, sintiendo cómo le quemaba el pecho, caminó hasta él e importándole poco, sabiendo que ya no había nada más que perder cuando ella había visto el engaño de su hermanastra con su esposo, lo cacheteó como nunca antes lo hubiera hecho con un hombre.

—Te odio, te odio con todas las fuerzas de mi corazón —, dijo ella.

Alejandro, llevándose una mano hasta la zona golpeada, la miró con tanta furia. Ninguna mujer en la vida se había atrevido a golpearlo, mucho menos lo haría la fea de su esposa. El odio se hizo presente en su mirada. Nadie le volvería a pegar como ella lo había hecho.

—Lo sé todo, lo sé todo… ¡Lo sé todo, Alejandro! Tú me engañas con mi propia hermana… ¡Ya lo sé todo! —Gritó Paula, levantando su mano dispuesta a pegarle una vez más.

Pero siendo Alejandro más hábil que ella, la supo detener tomándola de la muñeca al mismo tiempo que la hacía caminar hacia atrás  hasta pegarla a la pared.

Estaba muy equivocada si pensaba que él lo iba a negar, que él le iba a pedir perdón, que él le diría que todo había sido un error, que por favor lo perdonara porque estaba dispuesto a ser otra persona pero no, nada de eso pasó como ella imaginó.

Frente a sus ojos llenos de lágrimas, Alejandro se rió de ella, tomándola por las muñecas. La verdad era que no estaba arrepentido de nada, no estaba arrepentido de haber hecho lo que hizo porque una mujer como la que lo tenía en casa lo había obligado a eso.

— ¿Por qué, por qué lo hiciste? —Preguntó ella llena de dolor.

Alejandro rió. — ¿Acaso nunca te has visto en un espejo? Esos lentes, ese cabello siempre en una coleta, ese flequillo de estúpida, esas faldas largas, esos suéteres, ¿no te das cuenta que eres una mujer insípida, una mujer que no vale nada?

Para ese momento Paula ya pudo darse cuenta que aquel hombre no estaba arrepentido de lo que había hecho.

—Y para tu información, no lo he hecho solo una vez, no ha sido solo tu hermana la que ha estado conmigo, han sido muchas, muchas mujeres más.

El corazón se le iba a parar a Paula. Aquel hombre le estaba gritando en su cara lo poca cosa que ella era.

El dolor comenzó a penetrar en el cuerpo entero de Paula. Estaba harta, estaba harta de ser la patito feo, la estúpida de todos.

— ¡Ya! ¡Suéltame! ¡Ya, me lastimas, Alejandro! —Gritó ella, haciendo que él lo hiciera con risas.

El dolor estrujo el estómago y el corazón de Paula. No pudiendo soportar lo mucho que quería gritar aquel dolor, se llevó las manos a la boca ahogando el dolor. Quería morirse, quería que la tierra se abriera bajo sus pies.     

—Tú… tú —, lo señaló Paula con dolor. —Tú no sabes quién soy yo.

Alejandro rió. — ¿Y quién se supone que eres? No eres más que una estúpida, la patito feo de la familia. ¡Vamos, vete en un espejo! —Alejandro intentó tomarla de la mano una vez más.

Ella se alejó, llorando.

— ¡Te odio, te odio tanto, te odio, Alejandro! —Gritó Paula por última vez, justo antes de tomar las llaves de su auto y salir corriendo de la casa justo como si tuviera claro el destino aunque no fuera así.

     Habiendo sentido el dolor más grande, habiendo sabido todo lo que pensaba su esposo, todo lo que pudo hacer Paula fue conducir tan rápido como podía, olvidándose de que la carretera estaba mojada, de que las curvas de aquella carretera no se veían, todo lo que quería era llegar a la casa de su madrastra y ver a su hermana para reclamarle todas las cochinadas que había hecho.   

Seguía llorando con tanto dolor, golpeaba el volante, las lágrimas seguían cayendo, todo lo que podía ver sus ojos era la lluvia y los parabrisas que intentaban limpiar desesperadamente el camino que ella no podía ver realmente.

 No había luces al frente, las luces del mismo auto no era suficientes para guiarla por el camino que debía de seguir.

—Te odio… ¡Te odio, Emma, te odio, Alejandro! —Gritó golpeando el volante.

Y sin que ella misma lo viera venir, sin que ella lo pensara, justo al dar la vuelta, junto con la lluvia y quizá, las llantas inservibles para ese pavimento mojado, no le fueron suficientes para que ella pudiera evitar el siguiente movimiento.

Fue de un momento a otro en que, intentando girar el volante en un movimiento desesperado  debido a que no había visto la curva, el auto que la llevaba terminó por estamparse frente a la colina que estaba enfrente.

Solo gritos se escucharon, y justamente antes de que pegara en la colina para al final, irse por el barranco, rompiendo con la cerca, algo más había sucedido. Algo que los ojos de Paula no vieron y que más podría ser el centro de su perdición  si ella lograba salir con vida de aquel accidente.

El auto, hecho casi pedazos, habiendo dado dos vueltas en la barranca, finalmente solo pedazos de este parecían haber quedado.

Los vidrios rotos hacían una cama, una cama de dolor en la que el cuerpo casi sin vida de Paula yacía, con el rostro completamente cortado, las manos, los pies, todo de ella era un charco de sangre. Y ella, ella estaba perdiendo la vida.  

    

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