El silencio del cuarto contrastaba con el caos que se había instalado en mi mente. La mañana de la boda finalmente había llegado, y me encontraba sentada frente al espejo, observando mi reflejo como si fuera una extraña. El vestido blanco, ese mismo que Christian había comprado meses atrás, caía en ondas suaves por mi cuerpo, la tela delicada capturando la luz que entraba por las amplias ventanas.
"¡Estás absolutamente deslumbrante!", exclamó mi madre al entrar al cuarto, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. "Mi hija, una novia."
Traté de sonreír, pero el gesto pareció forzado incluso para mí. No era nerviosismo lo que sentía, o al menos no el tipo normal de nerviosismo que una novia debería sentir. Era algo más complejo, una mezcla de culpa, ansiedad y, sorprendentemente, una extraña sensación de expectativa.
"¡Wow!" Annelise se detuvo en la puerta, boquiabierta. "Alguien va a tener un ataque cardíaco cuando te vea en ese vestido, y no estoy hablando de Giuseppe."
"¡Anne!", re